Nombre: Federico Prieto
Ubicación: Argentina

23 diciembre, 2008

Jesús es de Virgo...


¿CUÁNDO NACIÓ JESÚS?


Parece ser que ni el 25 de diciembre, ni hace 2009 años. La historia apunta más bien a otra fecha, y cinco años antes de lo que se cree. Pero los primeros cristianos eligieron la fecha para hacerla coincidir con las fiestas paganas de la exaltación al Sol.


La Navidad es una fiesta que hoy, de una forma u otra, alcanza no sólo al mundo religioso cristiano sino también a países de otras religiones y personas agnósticas o no creyentes. Ya es más que una celebración religiosa; es un paradigma, la metáfora de un momento de mayor intimidad familiar, de arquetipos antiguos, de sueños de fraternidad perdida.

Sus orígenes no son claros. La Iglesia de los primeros siglos estaba tan segura de ignorar la fecha del nacimiento de Jesús de Nazareth que algunos Papas llegaron a castigar con pena de excomunión a los cristianos que aseguraban conocer tal fecha. Entonces, ¿el profeta judío no nació el 25 de diciembre? Ciertamente, ¡no! Desconocemos el día, el mes o el año de su nacimiento; también el lugar, ya que lo más seguro es que nació en Nazareth y no en Belén como siempre se ha pensado. Baste recordar que a los judíos de esa época se les nombraba por el lugar de nacimiento o por el nombre del padre. A Jesús, los evangelistas, nunca lo llamaron Jesús de Belén, siempre fue Jesús de Nazareth.

¿Dónde surge entonces la idea de celebrar la Navidad cristiana el 25 de diciembre? Por lo pronto, hasta bien entrado el siglo IV de nuestra era, la Navidad no se celebraba o se celebraba en otras fechas. Por ejemplo, en un cálculo del año 243 d.C. se fijó el día del nacimiento de Cristo el 28 de marzo, día en el que fue creado el Sol, teniendo en cuenta que para el cristiano el Mesías es, según el profeta Malaquías, el "sol de justicia".

En el año 194 d.C., Clemente de Alejandría escribió que Jesús nació el 18 de noviembre del año 3 “antes de nuestra era”, pero ofreció dos fechas alternativas: el 19 de abril y el 20 de mayo. Un siglo y medio más tarde Epifanio fijó la Navidad el 6 de enero pero ofreció el 20 de mayo como la fecha de la concepción, con fechas alternativas del 21 de mayo y el 20 de junio, lo que supondría que Jesús nació prematuro entre dos y tres meses antes de término.


Sólo en el año 379 d.C. fue introducida la festividad de Navidad el 25 de diciembre por san Gregorio Nacianceno, defensor de la divinidad de Cristo. Pero no fue una decisión pacífica. En Antioquia hubo diez años de resistencia a aceptar tal fecha, y en Egipto la lucha contra la introducción del 25 de diciembre, como fiesta de la Navidad, duró hasta el año 431. En la actualidad, la Iglesia de los Armeños sigue resistiéndose a festejar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, celebrándola el 6 de enero.

El cristianismo en sus comienzos no celebraba la Navidad porque era algo que no interesaba, la única gran festividad era la Pascua. Las fiestas referidas a los apóstoles estaban ligadas al día de su muerte, de su martirio, no de su nacimiento. Una de las primeras fiestas que empezaron a celebrarse fuera de la Pascua fue “el bautismo de Jesús” o “Epifanía”, que se efectuaba, y aún hoy se sigue haciendo, el 6 de enero, considerando que la verdadera manifestación de la divinidad de Jesús llegó durante el bautismo que recibió de su primo Juan Bautista.

El hecho de empezar a celebrar también el nacimiento de Jesús surgió de una disputa teológica. Una parte de los primeros cristianos, considerados más tarde como heréticos, concretamente los gnósticos, defendían que fue sólo durante el bautismo cuando la divinidad reveló al Cristo, y no durante su nacimiento. Y así surgió, primero en Egipto y más tarde en todas las Iglesias de Oriente, la necesidad de celebrar la festividad del bautismo de Jesús. Y decidieron que fuera el día 6 de enero. ¿¡¡¡Por qué!!!? Si se desconocía la fecha del nacimiento de Jesús, menos aún se conocía la de su bautismo. Al parecer, se decidió esa fecha porque los paganos, es decir, los no cristianos, celebraban la fiesta en honor a Dionisios, que a partir de la fusión de mitos egipcios y helenos, era el dios del vino, de la vegetación y de la fecundidad, y la muerte. También ese día se celebraba en Alejandría el nacimiento de Eón, de la virgen Core, y esa fecha también estaba consagrada a Osiris. Según una leyenda, en ese día las aguas del río Nilo poseían poder de curación por parte de los dioses.

¿Cuándo llega la Navidad? También dicha fiesta tuvo origen en las primeras discusiones teológicas contra la secta de los gnósticos –en quienes algunos ven a los primeros teólogos del cristianismo, aunque sus escritos acabaron quemados y ellos perseguidos-, los cristianos más ortodoxos admitían que Dios se había manifestado en la persona de Jesús ya desde su concepción virginal y, por tanto, en su nacimiento. Y comenzaron, desde inicios del siglo IV, como aparece en un papiro encontrado en Egipto, a celebrar también la Navidad. Pero como se ignoraba la fecha, la juntaron a la del bautismo; así, durante mucho tiempo, se celebró la Navidad el 6 de enero.
¿Cuándo comienza pues, a celebrarse la Navidad el 25 de diciembre, separándola de la fiesta del bautismo o de la Epifanía? No existe certeza absoluta de dicho cambio. Todo parece indicar que fue tras haber condenado, en el Concilio de Nicea (325 d.C.), la doctrina que negaba que Jesús Dios se había hecho hombre. Con dicha condena quedaba excluida la doctrina de que la divinidad apareció en Jesús sólo durante el bautismo.

Había que buscarle una fecha diferente a la Navidad, pero ¿por qué se decidió que fuera el 25 de diciembre? Según el relato que el evangelista Lucas hace del nacimiento de Jesús no podría haber nacido antes de la primavera de Palestina. Cuenta Lucas que en el momento en que Jesús nació "había unos pastores acampados al raso, guardando por turnos sus rebaños". Y eso, debido a los inviernos fríos de aquella región, sólo pasa a partir de la primavera. De ahí que, en el mismo siglo IV, se hubiesen propuesto fechas para el nacimiento de Jesús en abril y junio. También se piensa que debió nacer cerca de las festividades de la Pascua, ya que el evangelista dice que nació en un pesebre, "porque no encontraron sitio en la posada", y las posadas se llenaban precisamente en vísperas de la Pascua, cuando los judíos se dirigían a celebrarla en Jerusalén. Todo ello en el supuesto –aceptado por la Iglesia oficial- de que el relato de Lucas es histórico y no sólo literario.

La razón por la que la Iglesia primitiva, a pesar de dicho relato evangélico, decidió celebrar la navidad el 25 de diciembre tampoco es de ciencia cierta. Todo hace parecer que los cristianos, aconsejados por el emperador Constantino –que de perseguidor se convirtió en el gran defensor de la nueva religión cristiana-, escogieron el 25 de diciembre porque era la fecha de la gran fiesta pagana dedicada al Sol. También el 25 de diciembre se celebraba, en el Imperio Romano, un culto solar en el seno de la religión de Mitra. Dicha fecha había sido el momento cuando todo el mundo pagano celebraba la fiesta de la luz y del sol, se hacían grandes hogueras y grandes bacanales. Entonces, los seguidores del profeta judío decidieron cristianizar la gran fiesta pagana del Sol estableciendo, en ese día, el nacimiento de quién, según dijimos, el profeta Malaquías había indicado que sería el "sol de justicia" de Israel.

A partir de entonces, la Iglesia de Roma hizo grandes esfuerzos para imponer la fecha del nacimiento de Cristo, separándola de la fiesta teológica del bautismo de las restantes Iglesias orientales. Pero todo hace pensar que no fue fácil ya que muchas se resistieron, incluso hasta en nuestros días. La fiesta de la Navidad, separada ya de la del bautismo, se contaminó enseguida de las fiestas al Sol adquiriendo algunos de sus rasgos más paganos y festivos.

La verdad es que anteriormente a los romanos, la fiesta del 25 de diciembre era celebrada por otras culturas, y existen tradiciones de la Navidad que no nacen de la festividad cristiana, como la de los regalos, que suele atribuirse al relato de los Reyes Magos que llevaron obsequios al Niño Jesús. En los ritos paganos del 25 de diciembre era tradicional "dar y recibir regalos". Se trata de una tradición que existía siglos antes de Cristo y que el cristianismo acabó apropiándose de ella. Hay hasta quien piensa que el relato evangélico en el que se narra que unos magos llevaron de regalo a Jesús oro, incienso y mirra fue creado para aplicar a la leyenda del nacimiento de Cristo la antigua costumbre pagana de cambiarse regalos en la fiesta del solsticio de invierno, el 25 de diciembre.

Otra cuestión difícil de resolver es el año en el que nació Jesús, a pesar de que nuestro calendario actual arranca paradójicamente en un momento que desconocemos. La fecha y el año de Navidad fueron decididos por Dionisio el Exiguo en el año 525 después de Cristo. Aquel decidió basar su calendario en el nacimiento de la fecha de Jesús, sólo que su problema era que tampoco sabía el año en que Jesús había nacido. ¿Qué hizo?, servirse de toda una serie de cálculos y adivinanzas personales. Se apoyó en la historia romana para hacer su cálculo. Sumó hacia atrás los reinados de los emperadores, método que ya se había usado, por ejemplo en Egipto: el reinado de los faraones para calcular fechas históricas. El método podría haber sido válido si Dionisio no se hubiera equivocado. ¿En cuanto?, por lo pronto en un año, ya que se olvidó de calcular el año cero. Aún más, César Augusto, que era emperador cuando nació Jesús, reinó también cuatro años bajo su nombre propio de Octavio, algo que Dionisio olvidó a la hora de hacer sus cálculos. Por tanto, ambos errores suponen una diferencia de cinco años. Por eso, si Dionisio no cometió otros errores que desconocemos, Jesús nació el año cinco antes de nuestra era. O sea que hoy estaríamos por lo menos en el año 2013.

Hay quienes consideran a Jesús como el fruto y elaboración de un mito, y piensan que los relatos de la Navidad, de los evangelistas oficiales y de los mismos evangelios apócrifos, nacieron más bien para aplicar a la nueva religión, nacida del judaísmo, los mitos de las religiones más antiguas con el fin de ganar mayores adeptos. Y no están muy lejos de la realidad, ya que no es trivial que se eligiera el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento del jefe de una nueva religión que, desde muy antiguo, era “la fiesta de iniciación” en la que los fieles del paganismo comían alimentos sagrados y bebían vino para obtener la salvación y la salud, gracias a la diosa de la Tierra, y alcanzar así la resurrección en el más allá.

Para estos no creyentes la Navidad sería, pues, una metáfora religiosa heredada de otras fiestas antiquísimas de las religiones agrícolas. Metáfora religiosa que, según explica Francisca Martín-Cano Abreu en su trabajo sobre el significado astronómico del arte prehistórico y la religión, relata la culminación de la historia de la agricultura, en la que Jesús, al igual que Buda, Horus, Carpo, Sida, Misa y Libera, se identifica con el fruto de la Virgen Diosa tras haber sido también semilla que convierte en fruto.

Según esta mitología, el mismo relato de Lucas, en el que aparecen un asno y un buey en el pesebre, donde nació Jesús, tendría relación con la diosa soberana de los Animales, que da a luz entre animales. La iconografía cristiana imita la obra de arte pagana y en muchos casos le cambia el significado a las escenas. Por ejemplo, el famoso árbol de la vida de las antiguas religiones fue cambiado por “el árbol del bien y del mal”, y hasta acabó condenando la manzana, que era símbolo de inmortalidad, como fruto maldito.

Todas las religiones primitivas se basaban en los hechos de la naturaleza, en la observación de los astros y en las estaciones ligadas a las cosechas. De ahí que en el nacimiento de las religiones aparezcan siempre elementos de la astrología. Así se explicaría que Los Evangelios hubiesen introducido en el nacimiento la historia de la estrella misteriosa que condujo a los magos hasta el pesebre donde Jesús había nacido. Una narración sin duda mítica, sin explicación científica alguna.

Lo más probable es que también al contar la historia del nacimiento de Jesús se hayan introducido elementos de las antiguas mitologías. Baste recordar que muchos siglos antes de Cristo, el dios Mitra, según una leyenda popular, había nacido de una virgen el 25 de diciembre, en una cueva, siendo adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, lo mataron, y resucitó al tercer día.

De ahí la historia tan poco probable de que Jesús naciera en un pesebre entre animales, visitado por tres reyes magos (El Evangelio no habla de reyes, sino de magos orientales), o el de la estrella que los siguió, de la huida a Egipto y de la matanza de los inocentes por mano de Herodes.

Actualmente sigue sin haber consenso sobre la fecha de nacimiento del Nazareno, pero una de las teorías más aceptada es que sucedió a mediados de septiembre (siempre y cuando se descarte la teoría de que Jesús nunca fue real). El pastor chileno Miguel Mondaca, un estudioso de La Biblia explica la teoría:

Es notorio, según el relato bíblico, que Jesús no nació en invierno, porque “(...) había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño (...)” (Lucas 2:8). Los pastores estaban, por consiguiente, en el campo con sus rebaños a la intemperie y esto sería imposible el 25 de diciembre, recordemos que en el hemisferio norte el invierno comienza el 21 de diciembre y en el hemisferio sur empieza el verano.

Los estudios de las costumbres de las tierras bíblicas muestran que los pastores en Palestina traían sus rebaños del pastoreo en el campo a los rediles siempre antes del 15 de octubre, esto da prueba de que es imposible el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, a menos que la Biblia mienta, cosa que todos los verdaderos cristianos rechazamos tajantemente. Por lo visto, estamos ante una fecha fraudulenta y mentirosa que ha usurpado por dos milenios un lugar que no le corresponde en el corazón de los cristianos.

La Biblia no indica en forma específica la fecha exacta del nacimiento de Jesús, sin embargo nos da los medios y la clave para aproximarnos a una fecha más real. En efecto, sabemos positivamente que Jesús es menor que Juan el Bautista, su primo, en exactamente seis meses (lea cuidadosamente esta evidencia bíblica en Lucas 1:24-38).

Elizabeth tenía ya seis meses de embarazo cuando María concibe en su seno sobrenaturalmente a Jesús. La importancia de este dato cien por ciento escritural es que se puede determinar en forma bastante aproximada la fecha del nacimiento del bautista. Zacarías, el padre de Juan, era un sacerdote que ejercía su ministerio en Jerusalén. El ritual judío establecía que cada sacerdote tenía un tiempo definido del año en que servía en el templo. Existían 24 divisiones o cursos de servicio durante el año religioso y este dato es ratificado por el escritor e historiador judío Flavio Josefo, quién en su libro “Antigüedades de los judíos" dice que cada uno de estos turnos o cursos de servicio duraban una semana y que después de seis meses cada sacerdote repetía su turno sirviendo en total dos veces al año (1º Crónicas 24:7-19).

El relato de Lucas, en el primer capítulo de su evangelio, declara que Zacarías pertenecía a la clase de Abías y servía en el templo según el orden de su clase (Lucas 1:5,8). La fecha del año correspondiente a esta clase era el octavo en orden, de acuerdo a 1º Crónicas 24:10. Es decir, entre el 27 de Iyar y el 5 de Siván, que en nuestro calendario equivalen a la semana del 1 al 8 de junio.

Después de esta semana, Zacarías debió quedarse a ministrar por siete días más porque era obligación de todos los sacerdotes prestar servicio conjunto en las grandes fiestas religiosas (Pentecostés en este caso). Cuando cumplió su ministerio volvió a su casa, distante 45 kilómetros al sur de Jerusalén, en las montañas de Judea, Y SU ESPOSA CONCIBIÓ (Lea Lucas 1: 23-24). Según estos antecedentes, Juan fue engendrado a mediados del mes de junio, entre el 16 y19 del mismo; por lo tanto nació nueve meses después, a mediados del mes de marzo.

Sabemos que Jesús era menor que Juan en seis meses (vea Lucas 1: 26,36). Si añadimos seis meses a contar de marzo, veremos que la fecha del nacimiento de Jesús corresponde a mediados del mes de septiembre (entre el 16 y 19), fecha que está en consonancia con el relato bíblico de los pastores y sus rebaños en el campo, porque evidentemente no era invierno, sino comienzos del otoño en el hemisferio septentrional.

Entonces, si Jesús NO NACIO en diciembre, resulta muy extraño que la cristiandad recuerde su natividad en una fecha que no corresponde para nada con la verdad, la Historia sin embrago nos da la respuesta a esta infamia: el 25 de diciembre era el día en que los paganos celebraban el nacimiento de su DIOS SOLAR, conocido en las diferentes culturas con distintos nombres como Osiris, Horus, Júpiter, Zeus, Baal, Zoroastro, Saturno, Baco, Adonis, Hércules, Mitra, Tammuz, etc.

La religión pagana tomaba al sol como fuente de la vida, como la noche más larga sucedía alrededor del 21 de diciembre y desde ahí poco a poco la noche se acortaba, se adoptó desde los ritos babilónicos la costumbre de celebrar el 25 de diciembre el nacimiento del dios sol, fuente de la vida el sexo y la fertilidad.

Hoy la Navidad cristiana ha adquirido una connotación que no tenían las religiones primitivas que celebraban el 25 de diciembre las fiestas paganas del Sol: su carácter de búsqueda de paz para el mundo. Por eso, incluso personas de otras religiones o no creyentes se sienten atraídas por esta festividad que evoca la solidaridad, la ayuda a los pobres, la unión de las familias, y la búsqueda de paz interior y exterior. Paradójicamente, esta Navidad vuelve a coincidir con el enfrentamiento entre religiones justo en los lugares que, según la tradición, vieron nacer, crecer y morir –y para los cristianos resucitar- al famoso profeta de Nazareth que había soñado con un mundo donde los hombres supieran respetarse como hijos de un mismo Dios, al que él apellidó Padre.

10 abril, 2008

Trapitos al sol por Juan XXII


Desde que la Iglesia Católica se fundó hubo Papas asesinos, genocidas, envenenadores, descuartizadores, inquisidores, simoníacos[1], nepotistas[2], sobornadores, codiciosos, corruptores de menores, perseguidores de brujas, heresiarcas[3], prevaricadores[4], vendedores de cargos eclesiásticos, ladrones, parranderos, concubinos, violadores y abusadores de peregrinas, casadas, viudas y doncellas; Matriarcas engendradoras de Papas, Papas hijo de Papa, Papas sobrino de Papa, Papas hermano de Papa, Papas tío de Papa y Papas nieto de Papa, etc.
La lista de calificativos y adjetivos puede ser interminable, pero lo cierto es que, como vicarios de Cristo, ejercieron su poder e influencia sobre toda la cristiandad. Algunos duraron muchos años en el papado, otros no llegaron a su coronación, pero cada uno dejó su marca en las historia, ya sea para bien o para mal.
Desde la perspectiva de nuestros tiempos parecería que no hubo Papas buenos ni malos. Solo peores. Pero hay que tener en cuenta el contexto histórico donde ocurrieron los hechos.

Hay un dicho popular que afirma “una acción mala tapa diez buenas” y sobre cosas malas hubo un Papa que sobresalió y superó incluso a sus predecesores.
Jacques Duèze, alias “Juan XXII de Aviñon[5]”, hijo de un zapatero de la localidad francesa de Cahors, estudió teología y leyes en su ciudad natal, en Montpellier y en París, para después convertirse en profesor de Derecho en Toulouse.
Luego de una carrera prometedora siguió ascendiendo en la jerarquía eclesiástica hasta que lo eligieron Papa en 1316.

A) Fue ampliamente conocido por firmar tratados respetando la letra pero violando el contenido;
B) Repartió puestos eclesiásticos entre su parentela, incluyendo a su hijo.
C) Supersticioso como pocos y amante de la astrología estudiaba las cartas astrales de sus enemigos, comparándolas con las propias, para actuar en los momentos en que los astros estuvieran a su favor.
D) Para solventar los gastos papales estableció una constitución sobre las “taxae sacrae paenitentiariae”, donde especuló con los pecados de los religiosos.
Un ejemplo simple de esta norma impositiva fue:
Si un eclesiástico comete pecado carnal, con una monja, con una pa­riente, o incluso con una mujer cualquiera (porque también esto sucede), podrá obtener la absolución con sólo pagar sesenta y siete liras de oro y doce sueldos;
Y si comete actos bestiales, deberá pagar doscientas liras, pero si sólo los comete con niños o animales, y no con hembras, la multa se reducirá en cien liras. (Aclaremos esta cuestión; Niños varones y animales machos es mas barato. Qué hipócrita, ¿no?, no vaya a ser que estas cuestiones les manche la hoja de entrada al cielo).
Y una monja que se haya entregado a muchos hombres, ya sea al mismo tiempo o en distintas ocasiones, fuera o dentro del convento, y que después quiera convertirse en abadesa, deberá pagar ciento treinta y una liras de oro y quince sueldos...
Estas medidas revolucionarias lograron que el hasta entonces enclenque tesoro de San Pedro engordara sus arcas como garrapatas prendida a un perro paralítico.
Amante del esplendor se mando a construir un pala­cio con lujos que antes sólo podían atribuirse al emperador de Bizancio o al Gran Kan de los tárta­ros.
Sus congéneres lo apodaron el “Rey Midas”, por que todo lo que tocaba lo convertía en oro, y lo guardaba en sus arcas en Aviñon.
Con sus excesos financieros se ganó la enemistad de los franciscanos seguidores de la “pobreza apostólica[6]”, entre ellos se encontraba el famoso filósofo nominalista inglés Guillermo de Occam, a quien excomulgó y obligó a buscar refugio en la corte de Luis IV de Baviera.
E) Emitió una bula declarando que el sagrado derecho a la propiedad precedía a la caída de Adán y Eva y que en el nuevo testamento Cristo sí tuvo bienes.
Apoyado en su teoría acosó, persiguió, excomulgó y masacró una infinidad de seguidores de “sectas mendicantes”, a los cuales acusó de herejía[7]. Entre ellos, por supuesto se encontraron los franciscanos “espirituales”;
F) Como si fuera poco, a nuestro vicario de Cristo se le ocurrió sostener, que los justos no verían el rostro de Dios luego de su muerte (Visión Beatífica).
Esta última teoría, expresada en su época, tuvo el mismo efecto que apalear un panal repleto de abejas africanas.
En respuesta a tanto atropello ya lo iban a condenar sus enemigos por herejía, en un concilio general que le estaban armando, cuando se murió. ¿Se animan a adivinar quienes se lo iniciaron?... Pues sí, los Franciscanos.

Juan XXII en su innovadora interpretación del Apocalipsis (versículo noveno - capítulo sexto) afirmó que los santos, inmediatamente después de la muerte, no verían el rostro de Dios en su esencia hasta el momento del juicio final. Su visión escatológica también afirmó que ni el cielo o el infierno estaban abiertos.
Esto significó que todos los santos, sobre los cuales se fundaron las órdenes católicas y sirvieron como ejemplo de virtud y devoción para toda la cristiandad, estaban flotando, junto a las almas de los impíos, herejes y demonios, en un estado de inconsciencia indefinida hasta el incierto momento del fin de los tiempos. ¿Dónde?, Bajo el altar de Dios.
También le pinchó el globo a los vendedores de reliquias religiosas quienes movían fortunas con su comercio.
En su lecho de muerte y en presencia de sus cardenales se arrepintió respecto de la visión beatífica. (Tal vez se estuviera sintiendo santo).
Para los que se interesen les trascribo algunos fragmentos del planteo teórico de la cuestión, expresado por la pluma de famoso historiador Maurice Druom[8]:

Según sostenía “Los doctores nos aseguran que, después de la muerte, las almas de los justos gozan inmediatamente de la visión beatífica de Dios, que es su recompensa; Pero las Escrituras nos dicen también que, llegado el fin del mundo, cuando los cuerpos resucitados se hayan reunido con sus almas, seremos juzgados en el Juicio Final. Hay en esto una gran contradicción. ¿Cómo puede Dios, omnipotente, omnisciente y perfecto, juzgar dos veces al mismo caso en su propio tribunal y apelar su propia sentencia?. Dios es infalible, e imaginar una doble sentencia por su parte, lo que implica una revisión y posibilidad de error, es a la vez impío y hereje […]. Además, ¿no conviene que el alma no entre en posesión del goce de su Señor hasta el momento en que, reunida con su cuerpo, ella misma sea perfecta en su naturaleza? […].
Los Doctores se equivocan. No puede haber beatitud propiamente dicha ni visión beatífica antes del fin de los tiempos y Dios sólo se dejará contemplar después del Juicio Final […]. Pero hasta entonces, ¿donde se encuentran las almas de los muertos?. Seguramente iremos a esperar sub altare Dei, bajo ese altar de Dios del que nos habla San Juan en el Apocalipsis […].
Porque si el paraíso está vacío eso cambia singularmente la situación de los que son declarados santos o bienaventurados […], pero lo que es cierto para las almas de los justos, forzosamente lo es también para las almas de los pecadores. Dios no podría castigar a los malos antes de haber recompensado a los buenos […]. Actualmente ningún alma habita en el infierno, puesto que no se ha pronunciado la condena. Esto quiere decir que, de momento, el infierno no existe […]. Esta postura concuerda con la intuición, común a la mayoría de los hombres, de que la muerte es una caída en un gran silencio oscuro, una inconsciencia indefinida; una espera sub altare Dei.
[9]”.

Sin duda la historia del cristianismo es una de las más fascinantes, escandalosas y oscuras fases por las que transitó la humanidad, al menos en Occidente. Gracias a los concienzudos cronistas, en sus distintas épocas, podemos llegar a reconstruir fragmentos de un pasado sepultado por los siglos pero aun latente en nuestras vidas cotidianas.
Este culto fue amasando su poderío montado en montañas de iniquidades, pactos turbios, absoluciones simoníacas, reyes sobornados, e incluso puestos a su voluntad o excomulgados.
La Iglesia que conocemos actualmente es el resultado de 2000 años de crecimiento darwiniano y a diferencia de su fundador (Jesucristo) resucitó más de una vez e hizo alardes del dicho “lo que no mata fortalece”.
Desafortunadamente, esta loable institución, se ganó una sombría reputación; No por sus ideales sino por las personas que la condujeron.

Sin embargo los gobiernos y religiones que la precedieron y posteriormente convivieron con ella no fueron mejores.
Hoy los motivos y los instrumentos son distintos, posiblemente más refinados y difíciles de detectar que antaño, pero la ambición y codicia de los hombres no ha menguado.


[1] Compra o venta deliberada de cosas espirituales, como los sacramentos y sacramentales, o temporales inseparablemente anejas a las espirituales, como las prebendas y beneficios eclesiásticos. (Real Academia Española).
[2] Desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos. (Real Academia Española).
[3] Autor de una herejía. (Real Academia Española).
[4] Que pervierte e incita a alguien a faltar a las obligaciones de su oficio o religión. (Real Academia Española).
[5] La sede papal se trasladó a Aviñón (Francia) entre 1309 y 1376 por problemas entre distintos partidos de Italia.
[6] Llamados también “Franciscanos Espirituales”
[7] En Aviñón se han exhibido crucifijos en los que se ve a Jesús con una sola mano clavada, pues con la otra toca una bolsa que cuelga de su cintura, para significar que Él autoriza el uso del dinero con fines religiosos.
[8] Los Reyes Malditos III. Los venenos de la corona. (Ediciones B).
[9] Durante su papado, Jacobo Duèze (Juan XXII) sostuvo hacia la mitad de su pontificado, en diversos discursos y estudios, su tesis sobre la visión beatífica.

20 marzo, 2008

Reflexiones sobre la Semana Santa


Desde niños nos enseñaron que las Pascuas eran un momento muy divertido del año en donde podíamos faltar a la escuela, o salir de vacaciones y comer conejos o huevos de chocolate hasta el hartazgo, sin explicarnos que el verdadero origen de esta celebración sería festejar la resurrección de un hombre inocente que fue flagelado, atormentado, insultado, denigrado, rechazado por sus pares, coronado con espinas, obligado a arrastrarse con un pesado madero al lomo hasta el lugar en donde sería clavado, colgado hasta morir y ensartado con una lanza romana que le perforó el corazón.
Según los creyentes este pobre cristo, porque cristos hubieron muchos, recibió el castigo por todos los pecados del hombre. Sin embargo le agradecemos su sacrificio y pretendemos recordar sus padecimientos en un ambiente festivo en el que nos atiborramos con vino, comida y excesos. Si esto no es morboso no sé como llamarlo, pero es la manera actual de festejarlo.
Por fortuna éste no es el verdadero origen de las Pascuas, ya que las mismas se originaron en el pueblo judío y se remontan al éxodo emprendió desde Egipto hacia la Tierra Prometida.
El registro bíblico dice que la noche anterior a su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua judía. Posteriormente, instituyó lo que se conoce como la "Cena del Señor", y dijo a sus apóstoles "Sigan haciendo esto, en memoria de mi" (Lucas 22:19). La Cena del Señor debía celebrarse una vez al año; con ella se conmemoraba la muerte de Cristo.
Los primeros cristianos celebraban la Pascua del Señor, al mismo tiempo que los judíos, durante la noche de la primera luna llena pascual (del día 14 de abib), del primer mes de primavera (14-15 de Nisán).
A mediados del siglo II, la mayoría de las iglesias habían trasladado esta celebración, al domingo posterior a la festividad Judía.
El Viernes Santo y el día de la Pascua no empezaron a celebrarse como conmemoraciones separadas en Jerusalén, hasta finales del siglo IV.
Fueron los primeros cristianos quienes transformaron la Pascua judía en la fiesta cristiana de la resurrección de Jesús de Nazaret, celebrada el domingo siguiente al plenilunio pascual (21 de marzo – Equinoccio de primavera en el hemisferio norte), variando de esta manera entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Esta fiesta determina además el calendario móvil de otras celebraciones, incluidas entre ellas Carnaval (que se festeja el fin de semana anterior al Miércoles de Cenizas), la Ascensión (la subida de Jesús al cielo) que se realiza 40 días después de Semana Santa y el Pentecostés, 10 días después de la Ascensión.

Sin embargo no podemos pasar por alto el carácter profundamente penitencial que ha tenido desde siempre esta celebración, en donde el ayuno, la meditación y la concurrencia a misa fueron su eje central.
Actualmente, a causa de la degradación de las costumbres es frecuente escuchar a las personas considerar a Semana Santa y Pascuas como festividades cristianas que no tiene vinculación entre sí pero que son motivos para excursionar y sufrir de empacho.
A riesgo de ser considerado mas papista que el Papa, quise escribir estas líneas para aquellos que no saben o han olvidado su significado, con el fin de que las vuelvan a considerar como una maravillosa conjunción de ritos, cultura, creencias y leyendas del imaginario colectivo.
La Semana Santa debe ser considerada como una gran fiesta cargada de significados y simbolismos religiosos, pero también de reuniones y encuentros familiares.
La misma comienza a finales de marzo o principios de abril con el denominado “Domingo de Ramos” y finaliza siete días después con el “Domingo de Resurrección”.

Domingo de Ramos
Es el primer día de la semana de festejos y uno de los más importantes debido a que este día representa la llegada de Jesús a Jerusalem. Los escritos establecen que Jesús llegó montado sobre un borrico, preludio de su Pasión. Al llegar a la Tierra Santa, sus fieles lo recibieron con fervor y gran entusiasmo, por eso este día, tanto en las procesiones como en las iglesias, los creyentes llevan ramas de olivo o de palma, como un símbolo de la fe renovada. Estas palmas se juntan en muchas iglesias para luego ser quemadas más adelante como la fuente de las cenizas usadas en los servicios del Miércoles de Ceniza.

Lunes Santo
El Lunes Santo es un día crucial, no tanto en los festejos y liturgias, sino en su significado histórico. Luego de haber pasado la noche en Betania, Jesús vuelve a la cercana Jerusalem y se dirige al templo, pero lo encuentra convertido en un mercado, lleno de comerciantes dispuestos a hacer negocios entre ellos. Viendo el fatídico espectáculo que tenía frente, Jesús se enfrenta a los vendedores y los echa del lugar, argumentando que era un lugar sagrado al que había que respetar; un lugar donde se iba a rendir culto.

Martes Santo
El principal suceso del Martes Santo fue el anuncio de la muerte del Señor. Ese día se hallaba Jesús en casa de Simón, el leproso al que había curado milagrosamente. Durante la cena una mujer hace su entrada en la casa, era María. La mítica mujer arroja un perfume sobre los pies de Jesús, luego los besa y seca con sus cabellos. Al ver esta escena, las personas de la casa se encolerizan con ella, diciendo que el perfume podría haber servido como mercancía para vender y beneficiar luego a los pobres. Sin embargo, ante el asombro general, el Señor defiende a María diciendo: "Esto ha sido como una preparación para mi entierro". El mito cristiano sostiene que es en este momento en el cual anuncia Jesús su muerte, causando un gran pesar entre sus discípulos.

Miércoles Santo
El Miércoles Santo es el día de la entrega y la traición. Este día se recuerda el momento en que Judas, uno de los doce discípulos del Señor, se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús y se ofrece a entregarlo a cambio de 30 monedas de plata. Es el comienzo de la mortal confabulación.

Jueves Santo
Se trata del primer día del Triduo Pascual. En este día la Iglesia Católica conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena de Cristo. Durante los oficios de ese día se celebra el lavatorio de pies, y la Eucaristía se reserva en el "monumento", un altar eucarístico construido ex-profeso, y en la que se mantendrá hasta el oficio del Viernes Santo. El lavatorio de pies representa el momento en que Jesús llega al Cenáculo y lava los pies de sus discípulos uno a uno. Una vez en la mesa se celebra la misa, donde el Señor ordena a sus apósteles sacerdotes y les indica que de ese momento en adelante ellos celebrarían la misa. Cuando finaliza la cena, Jesús se despide de su madre y sale en dirección a un huerto de olivos, acompañado de algunos discípulos. Esa misma noche, Jesús es entregado por Judas y puesto en prisión donde lo interrogan durante toda la noche. Ese es uno de los días más importantes de la Semana Santa y su festejo incluye procesiones desde la madrugada hasta el día siguiente, el Viernes Santo.

Viernes Santo
Es un día crucial en la liturgia cristiana y la conmemoración de la muerte de Cristo en la cruz. Luego de su encarcelamiento Jesús es sometido a un juicio, donde sufre torturas aberrantes. Es en ese mismo momento donde recibe la corona de espinas sobre su cabeza y le cargan la cruz. Así, Cristo recorre la ciudad de Jerusalem con la pesada cruz de madera en dirección al Calvado. A horas del mediodía el Señor es crucificado. Más tarde, para certificar su muerte le clavan una lanza confirmando el fallecimiento. A la noche, los fieles desclavan el cuerpo de Cristo y lo entregan a su madre, para finalmente depositarlo en el sepulcro. Ese mismo día Judas, arrepentido de su traición, se ahorca y acaba con su vida. Durante el Viernes Santo se realiza la adoración del Árbol de la Cruz y el Via Crucis. Es el único día del calendario litúrgico donde no se celebra la eucaristía.

Sábado Santo
Día de la Semana Santa en el que la Iglesia católica conmemora a Jesús en el sepulcro. El sábado Jesús yacía en su tumba para el desconsuelo de los apóstoles que estaban convencidos de que todo había acabado. Mientras tanto, su madre recordaba las palabras del Señor cuando predecía "Al tercer día resucitaré". En este día tiene lugar una de las principales celebraciones religiosas de todo el año: la Vigilia Pascual, que se realiza luego de las 6 pm. La Vigilia es la más grande y santísima noche del año, la celebración antigua más importante y más rica de contenido. En ella se vela para expresar que los fieles siguen en la espera, en la vigilancia y en la esperanza de la venida del Señor, del cumplimiento del nuevo y definitivo paso con él.

Domingo de Resurrección
Se acuerdo con los escritos cristianos, el Domingo de Pascua es el día en el cual Jesús salió de su sepulcro. Este hecho es fundamental para los creyentes. La historia cuenta que en cuanto se hace de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que no está su cuerpo. Un Ángel les dice que ha resucitado. Van donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia. Mientras tanto, Pedro y Juan corren al sepulcro y ven las vendas en el suelo. El desconsuelo que habían tenido la noche anterior se transforma en un júbilo general. Rápidamente lo transmiten a los demás Apóstoles y discípulos y todos permanecen con la Virgen en espera del gran momento de volver a encontrarse con el Señor.

Desgraciadamente, para muchos cristianos y el resto de la sociedad, el motivo para festejar la Semana Santa y las Pascuas pasó de ser un momento solemne, donde recordar el sacrificio efectuado por el Hijo de Dios y su resurrección, a realizar miniturismo y reunirse en grupos a romper los huevos de chocolate o ver quien le come la cabeza al conejito.
No hay que ser un fundamentalista cristiano, pero lo cierto es que, bajo la superficialidad del consumismo, se va perdiendo el sentido religioso de ésta y otras celebraciones.
Es lamentable notar la creciente hipocresía que sumerge a nuestra comunidad en un hediondo lodazal, en donde el descreimiento y la pérdida de ancestrales costumbres son reemplazadas por festivales engañosos importados de cualquier parte del mundo que desnaturalizan nuestra imagen folklórica y cambian la identidad de una nación.
No hay que perder de vista que la religiosidad o la necesidad de creer en un ser superior es una parte muy importante para que las personas puedan conservar y cultivar la espiritualidad ya que sin su auxilio el ser humano se sumergiría en una profunda depresión al no poder asimilar o racionalizar los violentos cambios de nuestros tiempos.

Friedrich Nietzsche, en el siglo XIX imaginó un hombre liberado de los prejuicios religiosos, de las censuras dogmáticas y del peso de la autoridad bajo la figura del “Superhombre”.
Actualmente la pérdida de religiosidad no es tanto obra del “Superhombre” sino del “Super-Mercado”.
[1]
[1] DEL “SUPERHOMBRE” AL "SUPERMERCADO"- Reflexiones sobre Nietzsche en clase de filosofía
CÉSAR ROLLÁN, profesor - MADRID.
http://eclesalia.blogia.com/ 7/3/2008.

17 julio, 2006

El monopolio es el peor enemigo de la monogamia

Este artículo pretende mostrar como las relaciones de pareja están regidas por los mismos principios que los mercados de competencia perfecta e imperfecta, en nuestra sociedad.

Si entendemos a una pareja de individuos, como la unidad básica para establecer una relación, vamos a notar que en ella los miembros se comportan bajo las normas de los mercados. Es decir que la vinculación subsiste siempre y cuando se produzcan intercambios de bienes y servicios deseados por ambos, buscando de esta manera satisfacer sus necesidades particulares.
Los problemas comienzan cuando, en determinadas circunstancias, uno de ellos obtiene el control en forma monopólica del suministro de los bienes y servicios solicitados por su par.

Como en todo monopolio el demandante está en desventaja absoluta y sujeto, sin remedio, a la oferta del otro, ya sea en cantidad, calidad y frecuencia de suministro. Es por ello que, ante el desabastecimiento o la insatisfacción del demandante, se pueden dar al menos 4 opciones a saber:
1) Que el intercambio de los restantes bienes y servicios sea lo suficientemente bueno y abundante como para compensar la insatisfacción de la demanda, logrando, de esta manera, continuar con la relación sin mayores problemas.
2) Que el individuo insatisfecho tome una postura proteccionista y restrinja o monopolice la entrega de bienes y servicios deseados por el otro. Este conflicto de intereses solo puede ser resuelto por medio de la negociación, ya que ninguna de las partes querrá resignar fácilmente aquello que le causa placer.
3) Si de la situación planteada en el punto anterior no se logra alcanzar una solución satisfactoria a ambas partes y la infelicidad producida por el mal suministro de los bienes o servicios deseados es lo suficientemente significativo, se dará fin a la relación de pareja y cada parte buscará su satisfacción en otros proveedores.
4) Otra solución intermedia se daría cuando, mediante la negociación, no se lograra alcanzar un acuerdo favorable entre ambas partes y uno o ambos miembros salen a buscar bienes y servicios sustitutos, que su par no le brinda, en otras personas externas o ajenos a la pareja, ya sea con la anuencia o no del otro, modificando de hecho el vínculo que los unió originariamente.
Este tipo de comportamiento puede ser trasladado a grupos mayores de personas, siempre y cuando comprendamos que actúan colectivamente en vinculación con otro grupo distinto de individuos o una persona particular, en su búsqueda de satisfacción colectiva o singular.

En la sociedad actual los individuos promedio son bombardeados constantemente por los medios de comunicación, la publicidad y el marketing, animándonos a consumir bajo pautas, grabadas a fuego en nuestro inconsciente, que nos imponen el mercado. “Alcanzar mayor felicidad a medida que consumimos mayor cantidad de bienes y servicios” parece ser el paradigma reinante de nuestra época. Esta conducta perniciosa y engañosa tiene repercusiones profundas en la forma en que nos vinculamos con el resto de los individuos, nuestra familia, amigos, etc.
Algunos economistas y sociólogos llaman a este fenómeno “sociedad de consumo”, término que sirve para denominar a aquel tipo de sociedad que se corresponde con una etapa avanzada de desarrollo industrial y que se caracteriza por el consumo masivo de bienes y servicios, disponibles gracias a la producción masiva de los mismos.

El concepto de sociedad de consumo está ligado al de economía de mercado y, por ende, al concepto de capitalismo, entendiendo por economía de mercado aquella que encuentra el equilibrio entre oferta y demanda a través de la libre circulación de capitales, productos y personas, sin intervención estatal.
La discusión sobre la bondad o maldad de la sociedad de consumo es más de carácter ético o ideológico que estrictamente económico, ya que si la economía es la ciencia encargada de satisfacer las necesidades humanas con los recursos disponibles, el problema es demostrar en qué medida la sociedad de consumo cubre nuestras necesidades, o bien destina muchos recursos valiosos a satisfacer deseos fútiles, dejando de lado cubrir necesidades mas etéreas como son las espirituales, buscando saciar apetencias individuales y cortoplacistas.

Una de las críticas más comunes sobre la sociedad de consumo es la que afirma que se trata de un tipo de sociedad que se ha "rendido" frente a las fuerzas del sistema capitalista y que, por tanto, sus criterios y bases culturales están sometidos a las creaciones puestas al alcance del consumidor. En este sentido, los consumidores finales perderían las características de ser personas humanas e individuales para pasar a ser considerados como una masa de consumidores a quienes se puede influir a través de técnicas de marketing, incluso llegando a la creación de "falsas" necesidades entre ellos.

La sociedad de consumo no sólo se refiere al consumo de bienes y servicios. La crítica a este tipo de sociedades viene dada por que ésta convierte a las personas en simples objetos para satisfacer las necesidades de otros individuos, pudiendo ser desechados, sin conmiseraciones, cuando pasaron de moda o cambiaron los gustos del mercado.
Esta misma situación se está presentando, con mayor frecuencia, en las parejas actuales ya que sus integrantes no pueden competir contra los modelos imperantes en el mercado. La idea de encontrar al amor de la vida, la persona que nos brinde seguridad y afecto, es reemplazada por la imagen de mujeres y hombres con cuerpos esculturales, siempre perfumados, ordenados y acicalados, exitosos en la cama y en sus oficios, con capacidad para comprar casas más grande o autos nuevos cuando se les da la gana, etc. Esta quimera no hace mas que profundizar la frustración, al compararla con la vida real, mientras que la pareja sigue sin darse cuenta que está inmersa en un círculo vicioso del cual solamente se puede salir si los sujetos toman conciencia de la situación.

Desgraciadamente son pocas las personas que entienden como funciona este mecanismo mientras que sigue creciendo el número de parejas divorciadas y familias desmembradas, siendo los más indefensos los que pagan el precio.

26 junio, 2006

La Pascua y su evolución hasta nuestros tiempos

Este texto pretende llevar un poco de luz sobre los motivos que nos llevan a celebrar nuestra querida y esperada Pascua.

Fiestas como la Pascua o Pentecostés y otras son la terminal indudable de una evolución que, nacido con frecuencia en culturas no bíblicas, pasa a formar parte del carácter festivo del pueblo de Dios antes o al llegar a la Tierra Prometida, llegando a su plenitud en Jesús y la comunidad cristiana primitiva. Estas fiestas están tan enraizadas en el Antiguo Testamento que, sin éste como punto de partida, resulta imposible descifrar su profundo significado liberador. Por otra parte, el proceso que han seguido las fiestas del Antiguo Testamento, desde su origen hasta Jesús, tiene muchos puntos de contacto con la evolución de nuestras fiestas cristianas, auténticas celebraciones de la vida, que han sido bautizadas, "liturgizadas", y se han convertido en celebraciones de si mismas, lejos de la vida que las originaron. Es por ello que se torna necesario hacer unas aclaraciones previas.
Por celebración entendemos "la expresión comunitaria, ritual y alegre de experiencias y anhelos comunes, centrados en un hecho histórico o contemporáneo".
Según esta definición es fundamental para la fiesta que haya algo que celebrar (un hecho) y un grupo que celebre (una comunidad). El hecho que celebramos puede ser pasado o presente, pero la celebración lanza a los participantes al futuro (anhelo de que ese hecho pasado o contemporáneo siga produciendo efectos beneficiosos que se puedan disfrutar a partir de ahora). Toda fiesta debe tener, por tanto, una dimensión escatológica o apertura de la esperanza. Siendo la celebración una expresión comunitaria hace falta ponerse de acuerdo en el cómo de la misma (un rito), y por ser celebración debe tener carácter festivo, alegre, jubiloso (alegría).

Son, por tanto, ingredientes esenciales de la fiesta: un hecho, una comunidad, un rito y alegría esperanzadora.

LAS FIESTAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

De todas las fiestas del Antiguo Testamento podemos hacer dos grupos, a excepción del Sábado que forma un capítulo aparte como una verdadera institución judía:

1) Unas son de tipo familiar como la circuncisión, la fiesta de introducción en la vida religiosa del niño cuando éste lee por primera vez un trozo de la ley, llamada bar mitzvah, matrimonio, funerales.
2) Otras son fiestas nacionales. Las más antiguas de éstas son tres: Azimos, Semanas y Tabernáculos. La fiesta de Pascua quedó finalmente ligada a la de Azimos. Entre las posteriores se encuentran el Día de la expiación, la Fiesta de las luces, la de las Suertes.

Dada la abundancia de fiestas enumeradas nos vamos a ceñir al estudio de la fiesta de Pascua y Azimos, la más representativa de ellas, entre las de carácter nacional.

· La fiesta de Pascua y Azimos. Origen y evolución

Son muchos los textos bíblicos que aluden a esta fiesta. Unos son más o menos litúrgicos[1], otros históricos y se refieren a la celebración de las diferentes pascuas históricas[2], pero siendo dos fiestas distintas en su origen (Pascua-Azimos), vamos a estudiarlas por separado:

- La Pascua[3] era una fiesta de nómadas pastores o seminómadas. Se celebraba fuera del santuario, sin sacerdote ni altar. Consistía en el sacrificio de un animal joven para obtener la fecundidad y prosperidad del ganado. La víctima era asada a fuego, no se le podía romper ningún hueso. Con su sangre se untaban los palos de la tienda (más tarde, las jambas de las puertas), para así alejar amenazas o desastres, verdadero rito protector de peligros. En principio, el rito del sacrificio del cordero no incluía banquete. Al incluirse éste, se comía acompañado de pan sin levadura de los beduinos y hierbas amargas, hierbas del desierto, no hortalizas. Se cenaba con el atuendo de quien está preparado para una larga marcha: báculo de pastor en mano, lomos ceñidos, sandalias en los pies. La fiesta era de noche, noche de luna llena, la más luminosa.
Era una fiesta anual, fiesta de primavera, tiempo en que se salía con el rebaño a la búsqueda de pastos, momento decisivo y peligroso. El carácter de esta fiesta era cíclico (el eterno retorno de las estaciones) y tenía, en su origen, aire de ritmo mágico más que histórico.

- Los Azimos[4] aluden a la nueva cosecha. Esta fiesta indicaba el comienzo de la siega de las cebadas que se hace en primavera y culminaba en la “fiesta de las semanas”, fin de la cosecha, siete semanas después.
Para impedir que los espíritus nefastos del año anterior penetrasen en el año entrante, se descartaba toda la harina vieja y fermentada. Había que esperar a que la harina nueva fermentase sola para utilizar la nueva levadura. La espera duraba unos siete días, los días de los Azimos, es decir, días en que se comían los panes sin levadura, por no haber levadura disponible de la nueva cosecha.
Esta fiesta la tomaron los israelitas con toda probabilidad de los cananeos (Lv 23,10). Después de la conquista de Canaán, la Pascua de los nómadas se unificó seguramente con la fiesta agrícola de la primavera o Azimos y ambas fiestas cambiaron su significado originario.

De origen preisraelita (la Pascua) y cananeo (los Azimos) pasaron a ser una sola fiesta, fiesta de acción de gracias al Dios de la Alianza por la liberación de la esclavitud de Egipto, ya que en una primavera, Dios intervino para liberar a su pueblo de la esclavitud, comenzando así la historia de Israel como pueblo y como pueblo elegido. Esta liberación se consumó con la instalación en la Tierra Prometida. Las fiestas de Pascua y Azimos sirvieron para conmemorar estos acontecimientos (Exodo y Conquista o Asentamiento en la Tierra).
El sacrificio de los animales sustituye al de los primogénitos del pueblo; el exterminador pasa de largo ante las puertas rociadas con sangre; los panes Azimos indican las prisas de la partida; las hierbas amargas recuerdan la dureza de la esclavitud; el comienzo habitual del año para los nómadas (la primavera, trashumancia del ganado en busca de pastos) se convierte en el nuevo comienzo del año israelita (Ex 12,2).
Esta nueva fiesta, en su origen familiar, se hizo fiesta de peregrinación al templo tras la reforma cultual de Josías, fiesta nacional. El tiempo postexílico unió el degüello del animal en el templo con la comida sacrificial en la intimidad de la familia o círculos de amigos en las casas de Jerusalén, dándole así mayor importancia al sacrificio que a la casa.

De lo anteriormente expuesto se pueden destacar, en síntesis, los siguientes puntos:

Las fiestas de Pascua y Azimos eran fiestas nómadas o agrícolas en las que se celebraba cíclicamente el comienzo del año y la primera cosecha (en primavera). Estaban vinculadas, en su origen, a dos momentos cruciales importantes de la vida del pueblo (trashumancia del ganado y recolección).

Estas fiestas, al ser aceptadas e integradas por Israel, se purifican de lo mágico y supersticioso y se cargan, en un segundo momento, de contenido histórico: celebran, con ocasión del año o la cosecha nuevos, el nacimiento de un pueblo a la libertad (Exodo) y la instalación en la tierra (Conquista o Asentamiento). Nace así una nueva fiesta enraizada en la historia de la salvación, historia lineal, no cíclica.

De fiesta familiar (sin templo, ni sacerdotes) se convierte, en una etapa posterior, en una celebración cúltica nacional (sacrificio del cordero en el templo), entroncada en la vida (cena en casa). La fiesta se hace liturgia.

La liturgia tiende a crear un nuevo tipo de relación comunitaria en el pueblo: alegría, juego, abolición de barreras y diferencias sociales.
Estrechamente ligada a la historización de las antiguas fiestas agrícolas está la creciente acentuación del papel de integración social. Las fiestas se consideran en Israel como actos genuinamente humanos y promotores de humanidad. Esto viene subrayado sobre todo por el movimiento deuteronomista que evoca continuamente la alegría y el juego como factores determinantes de esas fiestas y quiere comunicar mediante ellas experiencias liberadoras y gratificantes. Además no sólo se promueve el efecto comunitario de las fiestas trasladando su centro ritual a Jerusalén, sino que el aspecto social se recalca también por la circunstancia de que durante los ritos deben caer las diferencias y barreras sociales al celebrar conjuntamente la fiesta. Así, los ritos no son un mero acto individual, sino que están ordenados al conjunto del pueblo de Yahvó.
En la liturgia festiva se actualiza constantemente el hecho salvífico pasado, convirtiendo la celebración en actual liberación del nuevo pueblo reunido o, lo que es igual, encuentro salvífico de Dios con su pueblo, garantía de futuras actuaciones salvíficas de Dios.

La fiesta de Pascua y Azimos es, como acabamos de ver, una auténtica celebración en el sentido más arriba expresado: celebración enraizada en la vida, en la historia del pueblo, convertida en experiencia de la liberación actual y garantía de futuras liberaciones.

Ahora bien, la pregunta es ¿qué relación tienen los íconos de la Pascua que hoy conocemos, tales como los huevos, las roscas y los conejos, con esta celebración? ¿Verdaderamente, se otorga hoy el mismo sentido religioso a este acontecimiento como en la antigüedad?.

LA PASCUA CRISTIANA, SU VINCULACIÓN CON LA PRIMAVERA Y SU UNIÓN CON OTRAS CULTURAS

Para los cristianos, la Pascua es la fiesta instruida en memoria de la resurrección de Cristo.
El registro bíblico dice que la noche anterior a su muerte, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Pascua judía. Posteriormente, instituyó lo que se conoce como la "Cena del Señor", y dijo a sus apóstoles "Sigan haciendo esto, en memoria de mi" (Lucas 22:19). La Cena del Señor debía celebrarse una vez al año; con ella se conmemoraba la muerte de Cristo.
Los registros históricos demuestran que los primeros cristianos celebraban la Pascua del Señor, al mismo tiempo que los judíos, durante la noche de la primera luna llena pascual (del día 14 de abib), del primer mes de primavera (14-15 de Nisán).
A mediados del siglo II, la mayoría de las iglesias había trasladado esta celebración, al domingo posterior a la festividad Judía. El Viernes Santo y el día de la Pascua Florida no empezaron a celebrarse como conmemoraciones separadas en Jerusalén, hasta finales del siglo IV.

Las hogueras, el huevo y el conejo de pascua, origen y significado:

Una de las formas que utilizó el cristianismo, a lo largo de su historia, para poder conquistar nuevos pueblos fue asimilar sus costumbres paganas y fusionarlas con las celebraciones cristianas. Es por ello que no es de extrañar que los cristianos en su afán de adoctrinar nuevos esclavos en la fé hubieran buscado la forma de vincular las fiestas primaverales de otras culturas con la pascua cristiana.
Como ejemplo de ello voy a enumerar una serie de culturas que celebraban ritos primaverales y las particularidades de sus cultos y como fueros asimilados con el tiempo:
La primavera era una época sagrada para los adoradores fenicios del sexo. Los símbolos de la diosa de la fertilidad; "Astarté" o "Istar" eran el huevo y la liebre. En algunas estatuas se la representa con los órganos sexuales toscamente exagerados, mientras que en otras figuras aparece con un huevo en la mano y un conejo a su diestra.
La popularidad de esta deidad, se debió en parte a la amplia difusión que tuvo en la antigüedad la prostitución sagrada, como pare del culto.
En Cartago, se descubrieron urnas de colores brillantes, debajo de monumentos erigidos en honor a esta diosa, que contenían huesos carbonizados de niños y adolescentes.
Sucede que los padres de las pequeñas víctimas (por lo general, personas de alto rango y con títulos) esperaban que los dioses bendijeran sus riquezas e influencias, mediante estos sacrificios humanos.
Para los Ingleses "La celebración de la Pascua Florida recibió su nombre (Easter), en honor a Eostre, diosa germánica del alba y la primavera".
Cuenta la leyenda, que Eostre abrió las puertas del Walhalla, para recibir a Valder, conocido como el Dios Blanco, debido a su pureza y también, como el Dios Sol, porque se creía que su frente suministraba luz a la humanidad. Originalmente, estos ritos de la primavera fueron concebidos para "ahuyentar a los demonios del invierno".
Son notables las similitudes de los ritos; incluso la semejanza léxica y morfológica que tiene la palabra inglesa Easter (Pascua Florida), apenas diferenciada del nombre de la diosa pagana de la antigüedad fenicia.
Fue así como poco a poco, la tradición fusiona el significado cristiano con ceremonias paganas. Aquellos rituales, imposibles de desarraigar eran reasimilados bajo nuevas formas. El júbilo por el nacimiento del sol y por el despertar de la naturaleza, se convirtió en el regocijo por el nacimiento del sol de la justicia y por la resurrección de Cristo.

La introducción de celebraciones folklóricas en la liturgia cristiana, no dejan de asombrarnos. Sin duda, de todas las costumbres pascuales, la más popular es la de los huevos de Pascua.
Durante mucho tiempo, estuvo prohibido comer en Cuaresma; no solo carne, sino también huevos. Por eso, el día de Pascua, la gente corría a bendecir grandes cantidades de ellos, para comerlos en familia y distribuirlos como regalo, a vecinos y amigos.
Durante la Edad Media, en Semana Santa, era común que los censos feudales se pagaran con huevos. Y se estipulaba que el día de pago fuese el domingo de Pascua.
En Francia, por ejemplo, los estudiantes organizaban la "Procesión de los Huevos". Se reunían en parques y plazas y de allí partían hasta la iglesia principal. Durante el trayecto, golpeaban las puertas de las casas, para que cada familia les regalara huevos, que a posteriori serian bendecidor por un Cura párroco.
En esa época renacía el espíritu festivo. De las iglesias colgaban cientos de banderas y panderetas. Y cada joven llevaba colgado de su cuello, un cesto de mimbre lleno de huevos. Los más adinerados se hacían acompañar por jóvenes pajes, vestidos con telas multicolores de razo o de seda. La mayor parte de la colecta se destinaba para los hospitales de leprosos, o para los indigentes.
El ayuno era obligatorio. Por esta razón, se adopta la costumbre de cocer huevos y almacenarlos. Recién en la época del rey Luis XIV, se introdujo la idea de pintarlos, para después venderlos.
Entre los siglos XVII y XVIII, a la salida de la misa pascual, se ofrecían al monarca cestas cargadas de huevos dorados y decorados artísticamente.
En Hungría, era común que el lunes de Pascua, los pretendientes acecharan desde el amanecer a las jóvenes de su aldea, para llevarlas junto a las fuentes. Jugueteaban con ellas, las tomaban desprevenidas y les arrojaban en la cabeza un enorme cubo de agua. No conformes con esto, los muchachos reclamaban a sus víctimas una retribución, así que la joven debía entregarle a su pretendiente un huevo y un beso. Ciertamente, esta costumbre estaba mucho más asociada con los festejos de primavera que con el verdadero significado cristiano de la Pascua.
En cuanto al sentido religioso, en la historia, el huevo ha sido un elemento muy importante, dentro de las cosmogonías más primitivas.
En la India y en países semitas de la región oriental, el huevo ha representado el germen primitivo, escondido en el agua.
En la cosmogonía védica se cree que las aguas originarias se elevaron y dieron origen a un huevo de oro, del cual salió el creador del mundo.
En Egipto, el simbolismo del huevo se asemeja al mito griego de la Caja de Pandora. Se cree que el dios Osiris y su hermano, Tifón, lucharon respectivamente e introdujeron todos los bienes y males del mundo en un huevo. Al romperse el mismo, todos los males se distribuyeron por el planeta.
También en Persia, como en Grecia y Roma, era muy común pintar huevos y comerlos en las fiestas, en honor a la primavera.

Las hogueras de Pascua.
Originalmente, el incendio de hogueras, durante la época de la Pascua fue prohibido por la iglesia, por ser considerado como un símbolo pagano.
Sin embargo, en Irlanda, San Patricio introdujo esta práctica, con el fin de sustituir la costumbre de los druidas, de encender hogueras en honor a la primavera, por el símbolo del fuego religioso y cristiano, en honor a Cristo.
Este rito llegó a ser tan popular, que los Papas no tuvieron mas remedio que incorporarlo a la liturgia de la iglesia occidental, hacia las postrimerías del siglo noveno.


Conclusión:
Lo cierto, es que poco a poco se va perdiendo en todo el mundo, el sentido religioso de esta celebración. Y por otra parte, habrá que ver qué se entiende, tanto hoy como ayer, por "significado religioso", ya que lo religioso no es exclusivo de las religiones más importantes de la humanidad que han perdurado hasta la actualidad. La religiosidad, en todas sus formas, existe desde tiempos remotos y aunque sea reconfigurada bajo nuevas formas, nunca termina de perecer. En algunos casos, sobrevive en la exposición de este mundo caótico; pero también "otra" religión, de características antiguas, que subyace y que fluye como caldo de cultivo, desde las entrañas de la Tierra y la memoria.

Hoy la Semana Santa es para muchos, sinónimo de "mini-turismo". Y coma si fuera poco, desde el inicio de la Cuaresma, (los 40 días de preparación previos al domingo de Pascua), un tiempo supuestamente llamado al recato y a la penitencia, los obispos advierten la desnaturalización de esta conmemoración, provocada en parte por la continuidad de los festejos de carnaval.

Como quiera que sea, y pese a las distintas interpretaciones que tiene la celebración de le Pascua; este suceso continúa conmoviendo al mundo entero, creyentes o no. Porque más allá de lo sagrado o profano, la Pascua es una maravillosa conjunción de ritos, cultura, creencias y leyendas del imaginario y de la realidad.


[1] Ex 23,15;34,18-25; Lv 23,5-6; Nm 28.16-25; Dt 16,1-6; Ez 45,21-24.
[2] La pascua del Exodo (Ex 12); de Josué (Jos 5,1-12); de Josías (2Re 23,21-23); de la vuelta del destierro (Esd 6.19-22); de Ezequías (2Cr 30).
[3] La palabra "pascua" proviene según la Biblia de la raíz psh (cojear. andar con muletas, saltar): Dios saltó, omitió las casas donde se celebraba la pascua en la última de las plagas de Egipto (Ex 12.13.23.27). Pero esta etimo­logía bíblica es secundaria. De hecho, la pascua de la salida de Egipto no es la primera que celebraron los israelitas; se habla de ella sin previa presentación o explicación en Ex 12,21, como de algo ya conocido y preexistente.
[4] Los ázimos (massót) son panes sin levadura

24 junio, 2006

Internet, el viaje inmovil

Internet, el viaje inmóvil
Por Cristina Ambrosini

“Cuando no es el hambre, es el aburrimiento o la desesperanza lo que nos mata”
Michel Maffesoli, El nomadismo. Vagabundeos iniciáticos, México, Fondo de Cultura Económica, 2004.

En los últimos años nadie discute la influencia transformadora del ciberespacio sobre nuestras vidas pero sí se discute si esos cambios nos permiten establecer la existencia de una cibercultura, es decir, de una cultura dominada por las transformaciones ocurridas a partir del uso del ciberespacio. Más allá de la identificación de una cibercultura, podemos reconocer que Internet y la cultura que en ella se va creando, constituyen un espacio nuevo con respecto a las culturas dominantes en la modernidad. El ciberespacio aparece como un espacio-puente hacia lo desconocido. Como lo desconocido debe ser asimilado, por analogía, a lo conocido, el ciberespacio es nombrado a partir de una serie de metáforas. Así, en los primeros años de expansión de Internet, se impuso la metáfora del "navegar", subrayando claramente los rasgos de aventura y de misterio que el ciberespacio podía deparar. El mar ha sido, desde siempre, un puente, el lugar de conexión, de comunicación, de diálogo. Son varios los nombres del mar. Para los griegos, el más común era “thálassa”. Mare nostrum, Mediterráneo, son nombres propios. “Pélagos”, en cambio, representa la vasta extensión de alta mar. El mar por excelencia, según Massimo Cacciari, es el archi-pélagos, el lugar de puente, de relación, de diálogo entre las distintas islas que lo habitan.

Sólo sedentarizando, territorializando, es posible dominar. La navegación también expresa un nuevo deseo de libertad. La idea de navegar convoca el esquema de la fuga, esquema que posee raíces arcaicas y surge en momentos específicos. La metáfora del viaje expone esta resistencia del hombre contemporáneo a confinarse en un único nombre, en una única identidad, incluso sexual.. El nomadismo, hoy en día, es el recuerdo nostálgico de alguna aventura fundadora. Instalados en las postrimerías de la sociedad industrial, renacen algunos mitos que alivian la pesadez de lo instituido: el del caballero andante, la búsqueda del sol o del Santo Grial o de El Dorado. El recuerdo de una juventud virginal, de un amor puro, de un ideal incontamido, le confiere nuevo vigor a la cultura

El concepto de movimiento -navegación- está implícito en las comunicaciones en Internet. La paradoja de las nuevas tecnologías consiste en que éstas inmovilizan al sujeto en lugar de permitirle moverse. En el ciberespacio se produce una estandardización del viaje, donde el pasajero permanece inmóvil, esperando a ser trasladado. ¿Qué se desplaza en este curioso viaje? En Internet desaparece el cuerpo ya que la red no transporta átomos sino bytes, entonces, ¿cuál es el cuerpo que se presenta en la navegación por internet fuera del cuerpo de la escritura o de las imágenes que nos muestra la pantalla? Este nuevo ciudadano, consumidor de nuevas tecnologías, el que podría resultar potenciada por ese nuevo e inmenso flujo de información y por tantas nuevas posibilidades de inspiración o escape, se ve, paradójicamente, fijado a una silla. Movimiento universal desde una silla inmóvil, que reconocen tanto los apologetas como los críticos. Encerrado en la oscuridad de su pequeño gueto doméstico, un cibernauta puede, durante horas, envolverse en la ilusión de que su núcleo de amigos, sus preferencias, sus intereses, sus manías, sus amores y hasta sus odios viven encapsulados en esa especie de nueva bola de cristal a la que puede castigar mudándose de sitio ¿Puede? Numerosas encuestas indican que no siempre es así, y que su actitud equivale a la del heroinómano, exagera Juan Luis Cebrian en, La red. Como cambiarán nuestras vidas los nuevos medios de comunicación, Madrid, Taurus, 1998, p.82.

El cibernauta no es sólo un navegante sino que, en sentido literal, es un navegante solitario. La realidad sobre la que opera es virtual y, en gran parte, un producto de su propia imaginación. Esto produce, en muchos casos, un verdadero efecto hipnótico cuando siente que es la pantalla quien le hace compañía, cuando se aísla de las personas con las que convive para conectarse con sus millones de amigos virtuales a los que siente tanto más íntimos que a los reales Superada la necesidad de la presencia física, el chat pasa a ser un curioso lugar para encuentros eróticos: no exige exponer el cuerpo mientras que la correspondencia on-line pasa a ser un nuevo género literario que, normalmente, crea la ilusión de una relación profunda cuando las piezas faltantes de esta comunicación “sin cuerpo” se completan con imaginación y fantasía. Por un lado, lo virtual se refiere a aquello que tiene una existencia aparente pero, por otro lado, instaura una realidad que logra surtir efectos sobre el mundo para transformarlo. El ciberespacio aparece como una zona intermedia entre la realidad y la imaginación, un espacio de juego, de fronteras movedizas, un espacio de ilusión que lleva implícito, a la vez, la posibilidad de desilusión. En más de un sentido, el ciberespacio puede ser visto como una tercera zona, mediadora entre lo objetivo y lo subjetivo, un Spielraum, un espacio de juego. En este nuevo ámbito, el sujeto se torna una continuación de la máquina y su virtualidad hasta el punto de propiciar la ausencia o el cambio del nombre o el uso de apodos ya que se puede “jugar” a asumir otra personalidad, otra edad, otro sexo. Tanto mágico como siniestro, el mundo virtual del ciberespacio propicia la aparición de un nuevo tipo humano caracterizado como alguien más interesado en tener experiencias excitantes y entretenidas que en acumular bienes, capaz de cambiar rápidamente de personalidad para adecuarse a cualquier nueva realidad –real o simulada-, que ya no reacciona como sus padres y abuelos, los burgueses de la era industrial, afirma Jeremy Rifkin en La era del acceso. La revolución de la nueva economía, Barcelona, Paidós, 2000, p.247 Para este autor, en esta nueva era, la gente adquiere su identidad en forma de pequeños segmentos comerciales. Lejos queda la dureza de una era dedicada a la explotación y transformación de los recursos físicos. Esta nueva cultura es más suave, más ligera, la conciencia racional se torna sospechosa mientras que los deseos eróticos, ilusiones y sueños del inconsciente salen a la luz y se convierten en realidad o, mejor dicho, en hiperrealidad. Se muestra y ensalza la cara oculta de la fantasía. Es un mundo vuelto del revés.

En la generación de la red, millones de adolescentes, a punto de entrar al mundo productivo, permanecen largas horas on-line al sentirse miembros de una tribu universal mientras sucumben al aislamiento para entregarse a una realidad distinta e imaginativa que, a diferencia del mundo cotidiano, no les exige responsabilidades mientras desarrollan fuertes mecanismos de identificación con la máquina en el uso del ciberespacio. La revolución tecnológica está, en gran parte, protagonizada por los adolescentes, ellos son los que programan la máquina, la interrogan, a la vez que descubren los secretos de un mundo onírico con el que se identifican. En buena medida, gran parte de la socialización ocurre en esta navegación inmóvil, sin la mediación del cuerpo. No sabemos si todos estos cambios permiten hablar de una nueva cultura aunque ya hay algunos que, como el ciberfilósofo uruguayo, Leo Masliah, han logrado detectar alguno de los peligros a los que se exponen los internautas al navegar en tan procelosas aguas.


LA CIBERNOVIA
Leo MasliahNo estoy seguro, pero una sospecha a mi me acecha cada vez peor. Hace ya tiempo que algo diferente se ve y se siente en el monitor. No tengo pruebas orales ni escritas, pero palpita en mi corazón; más que una duda casi la certeza, que en mi cabeza hay una hinchazón. Mi cibernovia me mete los cuernos, no se me ocurre otra explicación. Yo me di cuenta, porque cuando hablamosya no me presta la misma atención. Ya no me escribe frases tan vistosas y se equivoca en la puntuación; y si la apuro dice que hay problemas, y que se va a cortar la conexión. Mi cibernovia, mi cibernoviaes más que obvia su sórdida traición. Mi cibernovia, mi cibernoviaestá destruyendo mi cibercorazón. Mi cibernovia me mete los cuernos y tengo idea de con quien será. Es ese tipo que siempre se ponedistintos nombres cuando entra en el chat. ¿Como demora para contestarme, siendo que antes era tan veloz? Seguramente tiene otra ventana,y está de parla con ese chabón. Yo que tenía tantas esperanzas, tanta confianza en este amor virtual, libre de todas las complicacionesque se presentan en la realidad. Ahora me encuentro con que en este ambientetambién se cuece la infidelidad; y ni siquiera puedo ir con un caño a sorprenderlos en su intimidad. Mi cibernovia, yo que tenía el disco duro ardiente de frenesíSofisticada tecnología,ahora mis cuernos son de 32 bits. Mi cibernovia, mi cibernoviaque desazón, que atropello a la virtud. Mi cibernovia, mi cibernoviaen cualquier momento la bajo del menú.

23 junio, 2006

El Apocalipsis al desnudo

Durante el día Martes 06/06/2006 gran parte de la civilización occidental se sumergió en una especie silencioso terror, tanto en forma conciente como inconsciente, por la posible llegada de un anticristo a la tierra, que no es mas ni menos que la reencarnación de Satanás en un niño humano, como antes hizo Dios con su hijo Jesús.
Este miedo es una especie de psicosis colectiva que tiene mas de 20 siglos de antigüedad y se debió a una intencionada interpretación literal del libro, de la Biblia Católica, llamado Apocalipsis por personas que pretendían retener a las antiguas comunidades cristianas, implantándoles la creencia de una segura destrucción de sus almas si no se habían convertido al cristianismo en el momento en que cristo vuelva a La Tierra, ocasión que, por cierto, se desconoce pero siempre estaba a la vuelta de la esquina.
Esta especie de extorsión psicológica se sigue practicando en la actualidad, por personas inescrupulosas que bajo la figura de pseudo cristianos atormentan las mentes de personas de pocas luces para obtener sustanciosos dividendos.
Hace ya mucho tiempo que la palabra “Apocalipsis” se comenzó a utilizar como sinónimo de tormentas, catástrofes naturales, guerras, pestes y muchas otras formas terribles de muertes que anuncian el regreso a la tierra de un Dios encolerizado, “como ladrón en la noche[1]”, para recoger a los que creyeron en él y destruir al resto. Sin embargo, esta visión holywoodense está muy alejada de la realidad y evade totalmente el sentido original de la palabra.
Apocalipsis es un término de origen griego que significa “Revelación” y éste es el sentido original que quiso darle el apóstol San Juan, cuando lo escribió para toda la comunidad cristiana, desde la isla griega de Patmos, luego de la muerte de Jesús. El apóstol quiso transmitir un mensaje de esperanza y la visión de cual sería el premio divino por vivir bajo los preceptos de Jesús, asumir su fe e, incluso, morir por ella.
En este libro se detalla un proceso que por medio de una serie de signos, indicios y acontecimientos anunciaría, en un futuro indeterminado, el juicio de Dios a la humanidad.
Dentro de esta serie de acontecimientos se detalla el surgimiento de una Bestia que matará a todo aquel no la adore e impondrá su marca en todos los humanos para que no pudiesen comprar ni vender si no llevasen esa marca en la mano derecha o en la frente[2]. Este signo es el 666 y solamente lo podrán detectar todos aquellos que tengan entendimiento y sabiduría[3]. Otro dato importante que nos brinda el Apocalipsis es el anuncio de la caída de una ciudad importante llamada Babilonia[4].
Lo cierto es que estos acontecimientos no son más que metáforas y anagramas que hacen alusión al emperador romano Nerón Cesar, más bien conocido como el Anticristo entre los cristianos de la época, y anunciando la inminente caída del Imperio Romano, gran adorador de la cultura babilónica, bajo la fe cristiana.
Para entender un poco más del tema hagamos una mirada al origen del número 666 y luego veamos cómo se vincula con el Apocalipsis:
Muchas personas han leído el famoso “666” en la Biblia o han oído hablar de él, pero pocos saben de dónde proviene y por qué se le menciona tan negativamente en el libro del Apocalipsis. Esto se debe al significado que tenía el número 6 en la comunidad cristiana del siglo I. Según ellos, para Dios el 6 destaca la imperfección pues no llega al 7, que representa lo completo, o perfecto. El 666 subraya la imperfección en sumo grado, ya que repite el 6 tres veces.
Ahora, el número 666 como tal, tiene su origen de las prácticas religiosas de la ciudad de Babilonia en los tiempos del profeta Daniel (aprox. 620 A.C.). Los sacerdotes babilónicos promovieron la adoración de dioses que estaban asociados con el Sol, la Luna, los planetas visibles del Sistema Solar y ciertas estrellas relacionadas a la práctica de la astrología (los babilónicos fueron sus principales promotores). En su sistema de adoración, contaban con 37 dioses supremos. Uno de ellos, el dios asociado con el Sol, tenía supremacía sobre todos los demás. Asimismo pensaban que de una u otra manera, los números tenían la capacidad de controlar a los dioses que adoraban; y por tal motivo, le asignaron uno a cada uno para tener poder sobre ellos. Al primer dios le asignaron el número 1, al segundo el número 2 y así sucesivamente hasta llegar al dios número 36. De esta manera el factorial[5] de 36 es igual a 666 que fue el número asignado al dios Sol.
Pero los babilónicos fueron aún más lejos. Ellos temían mucho a sus dioses y pensaban que alguno de ellos podría destruirlos en cualquier momento. Para evitar esta desgracia hicieron amuletos con una matriz de los números ordenada en un cuadro de 6x6, del 1 al 36. A este tipo de matriz se le conoce actualmente como "cuadros mágicos".

06 32 03 34 35 01
07 11 27 28 08 30
19 14 16 15 23 24
18 20 22 21 17 13
25 29 10 09 26 12
36 05 33 04 02 31

Este amuleto está diseñado para cumplir un propósito mágico y, evidentemente, pensaban que su uso les daba protección, de forma tal que, para hacerlo tan poderoso como fuese posible, ordenaron los números de manera que al ser sumados por filas o columnas siempre totalizaban 111. Por lo tanto, la suma de todas las 6 columnas y las 6 filas sumaban 666. Esta fórmula suponía la mayor protección, pues incluía al dios principal asociado al Sol, el cual estaba presente en el amuleto.
La práctica de crear amuletos con esta matriz como parte de la astrología, fue más allá de los tiempos de Jesús. Se han encontrado amuletos con inscripciones latinas y se sabe que los romanos practicaban esta creencia. Este culto continuó hasta cerca del año 133 después de Cristo, cuando el último rey del Imperio murió, dejando el poder a los romanos como última voluntad. Dada esta coyuntura, los sacerdotes que aún enseñaban la religión babilónica vieron la oportunidad de ir a Roma. Los romanos eran conocidos por adoptar las prácticas de otras culturas por lo que los sacerdotes babilónicos intuyeron que los romanos estarían muy dispuestos a aprender y seguir sus enseñanzas. De esta manera Roma se llenó de sus doctrinas, tanto que llegó a ser conocida como "La nueva Babilonia". De esta manera muchas de las referencias a Babilonia, hechas en el Apocalipsis, son realmente un "código" para referirse a la Roma imperial.
Eventualmente, cuando el cristianismo llegó a Roma, las prácticas y creencias del culto babilónico fueron introducidas en él, renombrando a sus dioses paganos como "santos católicos", entre otras cosas. Por este motivo, no fue difícil para los romanos "convertirse" al cristianismo, aunque no se tratase de una conversión genuina.
Teniendo esto en cuenta, el Apóstol San Juan condenó esta mezcla de paganismo con cristianismo lanzando, probablemente, una de las advertencias más serias dadas en la Biblia, a saber, la condena de Babilonia a un destino horrendo de fuego y destrucción bajo la ira de Dios por haber adulterado y prostituido lo que fue la doctrina original de Jesús.
Con respecto al "Anticristo", el autor del Apocalipsis no hacía referencia a él en forma singular sino en plural, ya que San Juan llamó, de esta manera, a todos aquellos que no aceptaron la divinidad de Cristo.
Según estudios modernos, el número escrito originalmente en el texto, por San Juan, no fue el 666 sino el 616. Pero cuando el emperador Nerón incendió Roma les adjudicó la culpa a los nuevos cristianos, comenzando, de esta manera, la brutal persecución de las primeras comunidades cristianas. Por esta causa la referencia que hacía la Biblia al número 616 fue alterada por los nuevos cristianos para identificar metafóricamente a su mortal enemigo, ya que la trascripción numérica de la palabra Nerón Cesar a caracteres hebreos era el 666, dado que se consideró al emperador como el auténtico "demonio" azote del cristianismo, y "Anticristo" por excelencia.
El número 666 se refirió a la suma de las letras en hebreo que se requiere para escribir “Nerón César”.
La operación es la siguiente:

N R W N Q S R = Total
50 200 06 50 100 60 200 = 666

Puestas así las cosas, y desde una perspectiva exclusivamente rigurosa y pragmática, no hay un "Anticristo", un "Apocalipsis", ni un 666. Sin embargo esos símbolos fueron utilizados por cristianos y anticristianos a lo largo de toda la historia y, como tales, encierran en sí mismo un poder: el poder de los sentimientos y reacciones inconscientes que generan en la mente humana. Ahora dependerá de las autoridades religiosas como utilicen ese poder y de nosotros también al permitir que dichos símbolos influyan en nuestras creencias.
De manera que si hay tormenta y es un día 666, mientras a lo lejos escucha los truenos, recuerde que también estamos en invierno, y eso es normal de esta época. Además, no es la primera vez que circulan los rumores acerca del fin del mundo como una forma de algunos sectores para generar incertidumbre y temor. Cada vez que se ha cambiado de siglo en la historia se registran estos miedos; al igual que en el pasado cuando había eclipses u otros fenómenos de la naturaleza, para los cuales no existía una explicación.

Federico Prieto
Contador Público UNLZ
alephede@gmail.com

[1] Apocalipsis 16.15
[2] Apocalipsis 13.17
[3] Apocalipsis 13.18
[4] Apocalipsis 18.2
[5] (1+2+3+4+5+6+7+8+9+10+11+12+13+14+15+16+17+18+19+20+
21+22+23+24+25+26+27+28+29+30+31+32+33+34+35+36 = 666)

Historia del matrimonio actual


El amor es una cosa ideal, el matrimonio es una cosa real, y la confusión entre lo ideal y lo real jamás queda impune.
Goethe

INTRODUCCIÓN:
La palabra matrimonio, en la actualidad, puede ser usada para denotar la acción, contrato, formalidad, o ceremonia en la que la unión conyugal es creada, o para la unión en sí, en su condición de permanente. Normalmente es definido como la unión legítima entre marido y mujer. La palabra "legítimo" indica la sanción de una ley, ya sea natural, evangélica, o civil, mientras que la frase, "marido y mujer", implica los derechos mutuos en las relaciones sexuales, de la vida en común, y de una unión permanente. Las dos últimas características distinguen el matrimonio del concubinato y de la fornicación, respectivamente.
Este artículo trata acerca de la formación de la institución matrimonial durante el período de transición de la sociedad antigua a la medieval y su evolución hasta nuestros días.

A. LA SOCIEDAD ROMANO-GERMÁNICA. SIGLOS VI-XI

El matrimonio occidental constituye una mezcla de tradiciones romanas y germanas, basadas en la teoría consensual, la primera, y la teoría coital, la segunda, que enfrentó a los eclesiásticos que terciaron en esta polémica (La influencia de la Iglesia en este proceso es decisiva).
Esta época coincide con la instalación de los pueblos germanos en la Europa Occidental y con ellos la introducción de su propio derecho. De esta manera se inicia un proceso de mutua transición cultural que abarcó todas las áreas de la civilización. En cuanto al derecho, tanto el germánico como el romano, sufrieron cambios de toda índole, a veces, incorporando elementos ajenos, otras evolucionando en situación de adaptación a los cambios políticos y sociales del occidente medieval.
Las costumbres germanas que en materia sexual introdujeron estos pueblos, merecen conocerse, pues influyen poderosamente en la sexualidad medieval.

1) EL MATRIMONIO ROMANO
La concepción que actualmente tenemos de familia nos impide comprender el sistema social de los romanos y su propio concepto de aquélla. En su gran variedad de formas y tamaños, la familia romana era un hogar, que entre los ricos y poderosos podía incluir centenares de personas y de cosas: hijos, sirvientes, esclavos, ganado y otras propiedades.
Todo pertenecía al paterfamilias, incluyendo a su esposa y sus hijos. Jurídicamente el pater no era parte de la familia, puesto que era su propietario. Pero entre los pobres la familia de un pater modesto era considerablemente más pequeña, probablemente integrada apenas por la madre y los hijos, sin sirvientes, sin esclavos y pocas propiedades.
La definición clásica del matrimonio romano la formuló Modestino: “El matrimonio es la unión de un hombre y de una mujer, para toda la vida, según la ley divina y humana”. Se pone aquí el acento en el mutuo consentimiento de las partes, como un contrato bilateral desarrollado en otras partes de la ley romana.
Entendido el matrimonio como una unión permanente, no pretendía significar la posterior noción cristiana de matrimonio indisoluble, de por vida y haciendo nulo cualquier otro matrimonio. Lo que se debía entender es tanto una voluntad de constituir una sola unidad social, como también la noción de que la pareja podía tener propiedades para su uso y goce común. Indudablemente, fue completaba dicha definición con la intención de tener hijos. A ello, finalmente, se le unieron los sentimientos y las actitudes de las partes contrayentes: el honor matrimonii, que es el decoro y la dignidad social con que un marido debe tratar a su mujer, y que distingue al matrimonio verdadero del concubinato u otros tipos de cohabitaciones. Además, el affectio maritalis, que se convertía en la manifestación externa del anterior honor mediante el cariño y el amor que ambos cónyuges debían prodigarse mutuamente.
Se iniciaba con el acuerdo entre los jefes de las dos familias, pero el consentimiento del novio y de la novia era requisito esencial y absolutamente necesario para que el matrimonio tuviera validez legal. Los demás ritos eran también importantes, el compromiso, el acuerdo de la dote, la procesión ceremonial de la novia y de sus acompañantes hasta la casa del novio, el banquete de bodas, etc.; constituían manifestaciones externas muy importantes porque eran una prueba demostrativa del consentimiento.
Aunque durante la época republicana la ley prohibía a los varones casados tener relaciones con mujeres que no fuesen sus esposas, sin embargo el delito se fue haciendo impune tanto social como jurídicamente. Por el contrario, la prohibición estricta de copular con quienes no fuesen sus maridos estaba reservada a las mujeres casadas, sobre quienes recaía la infamia y, en ciertos casos, castigos muy severos prescritos por la ley. Esta doble actitud quedó estatuida e influyó en el comportamiento sexual de toda la historia occidental.
El efecto producido por el cristianismo y sus variaciones en la sociedad de la última época del Imperio romano (siglos IV y V) se vieron reflejados en una serie de cambios que la autoridad pública efectuó en el derecho civil en lo tocante al matrimonio. Las enseñanzas cristianas sobre la sexualidad iniciaron su gradual proceso de penetración así en la sociedad como en el ámbito de la normativa del derecho público.
El primer efecto directo de la influencia cristiana sobre la ley conyugal, fue declarar que la bigamia constituía un delito. El único procedimiento para dar fin a un matrimonio legalmente constituido fue, desde ahora, el divorcio, acompañado de una restricción de las causales para acudir a este recurso. Fue Constantino el que prohibió mantener simultáneamente una esposa y una concubina.
Los decretos de los emperadores cristianos modificaron las formas por las cuales se contraía matrimonio. La nueva normativa restringió a la clase alta los grupos en donde un célibe aristócrata debía encontrar cónyuge, con lo cual se redujo la posible elección de la pareja. En cambio, para las clases más bajas de la sociedad se ampliaron las posibilidades, pues hicieron legalmente posible el matrimonio para numerosas parejas informales cuyo vínculo se hallaba fuera de la ley, como las parejas de esclavos (contubernium) que alcanzaron el matrimonio con todos los derechos y consecuencias.
Durante este período, el matrimonio cristiano se fue haciendo un ritual distinto a las antiguas costumbres romanas. La bendición nupcial de un sacerdote llegó a ser una obligación dentro de la Iglesia, y en esa práctica aparecieron dos tipos de ceremonias que dan cuenta de similares simbolismos que emanan a su vez de mentalidades diferentes. Por ejemplo, en la Galia, el sacerdote impartía la bendición nupcial a la pareja mientras ésta permanecía en el lecho, poniendo énfasis en que el matrimonio se consumaba con la unión íntima de la pareja santificada por el ministro. En cambio, en Italia las ceremonias se llevaban a cabo con una bendición que el sacerdote realizaba en el edificio de la iglesia, habitualmente junto a la entrada, mientras los contrayentes intercambiaban los consentimientos, con lo cual el simbolismo se centraba en el consentimiento y en el papel que la Iglesia tenía en esta importante decisión.
Por otro lado, guiados por las autoridades eclesiásticas, los emperadores normaron las vinculaciones matrimoniales entre parientes cercanos, con miras a determinar con la máxima claridad los grados de parentesco y evitar las cercanías incestuosas.
El matrimonio romano, pues, estaba basado en el principio fundamental del consentimiento, tal como lo define el jurista Ulpiano: “el consentimiento, no la unión sexual, hace el matrimonio” (Nuptias enim non concubitus sed consensus facit. D.33.115).

2) EL MATRIMONIO GERMÁNICO
El matrimonio germánico se constituye con la cohabitación de la pareja unida, y no por un acto formal, de tal manera que, más que legal, era un acto social. La poligamia estaba aceptada en la medida de las posibilidades económicas de cada familia.
Había tres maneras se creaba el matrimonio: por compra, por rapto y por consentimiento mutuo.
a) Compra (Kaufehe): La compra de la novia era parte de un acuerdo entre dos familias, por lo que un intercambio de propiedad era esencial. Este proceso de compra contenía tres etapas:
1. Se iniciaba con un acuerdo (Muntvertrag) entre el pretendiente o su padre y el padre o tutor de la novia, referido a la compensación que la familia del novio debía pagar a la familia de la novia.
2. Le seguía una transferencia pública (anvertrauung) de la novia al jefe de la familia del novio.
3. Venían, a continuación, unos esponsales rituales (Trauung), consistentes en que los miembros del clan de la novia se colocaban a su alrededor para testimoniar la transferencia e indicar que consentían en ella. La transferencia no implicaba solamente la entrega física de la mujer, sino también de un poder legal (Munt, mundium). La mujer abandonaba su familia y quedaba integrada en otra. Este tipo de matrimonio era el más escogido.
b) Rapto o captura (Raubehe): Se efectuaba por medio de un secuestro forzado, sin el consentimiento de la mujer y de su familia. A veces se le ha llamado matrimonio por violación. Este tipo de compromisos violentos fueron combatidos por las leyes en los códigos germánicos, incluyendo grandes multas.
c) Consentimiento mutuo (Friedelehe): El consentimiento de ambos generaba un matrimonio válido. Este contrato fue, al parecer, una derivación del rapto pero con la aquiescencia de la mujer, pero no de su familia. Entonces, se diferenciaba de la compra porque faltaba, en primer lugar, el acuerdo de noviazgo o llamado también de dote y, en segundo lugar, falta al marido la transmisión del Munt sobre la novia. Faltando éste, la mujer seguía perteneciendo a su familia de origen, aunque viviera con su marido, miembro de otra familia.
En la sociedad germánica el matrimonio y el concubinato tuvieron escasas diferencia. Tanto el matrimonio como el concubinato requerían simplemente de la consumación, esto es, de la unión sexual. Ninguna formalidad o ceremonia era necesaria para crear un matrimonio. Por eso, la diferencia de éste entre los germanos fue la relación sexual acompañada de la intención de vivir en unión permanente y tener hijos. He aquí la diferencia con el concubinato, que no llevaba implícita la intención de formar esa unión permanente.
A medida que los germanos fueron lentamente cristianizados, algunas de estas costumbres fueron perdiendo vigencia muy lentamente también.
Con respecto al adulterio, el tratamiento fue muy desigual tratándose de una mujer. Los germanos consideraron gravísimo este delito, puesto que, sumada la ofensa y el deshonor que le acompañaba, generaba dudas sobre la legitimidad de los descendientes del marido. El descubrimiento del acto de adulterio de su esposa por el propio marido, eximía de todo castigo legal si éste asesinaba a ambos amantes.

B. FORMACIÓN DE LA FAMILIA-MATRIMONIO

En general, las comunidades germánicas cristianizadas ya a fines del siglo VI no aceptaron de buena gana la disciplina que en materia sexual intentaba imponer la Iglesia. En parte porque la evangelización era epidérmica como también porque se oponían a sus viejas tradiciones.
Un nuevo tipo de estructura familiar comienza a formarse entre los siglos VI y IX, no sin agudas tensiones entre la costumbre germánica y los ideales ascéticos de las autoridades eclesiásticas.
La familia comenzó, lentamente, a transformarse en un grupo unitario corresidencial formado por una pareja y sus descendientes directos. Se torna difícil saber en qué momento se inicia este cambio, salvo que sucedió a fines del siglo VI y comienzos del VII, es decir, en la época del Papa Gregorio Magno (590-604) y la del obispo Isidoro de Sevilla (ca. 560-636), momento en el cual la estructura familiar del Occidente medieval mantenía los rasgos que caracterizaban a la Antigüedad mediterránea. Entre esta época y la generación de Carlomagno (771-814) es notorio el cambio. La familia no estaba integrada solamente por el grupo nuclear consanguíneamente cercano, sino que integraba a otros miembros colaterales. La continuidad de su existencia, la permanencia e incremento de su prosperidad, como asimismo sus prerrogativas, se hallaban por sobre cualesquiera de sus integrantes y de cualquier segmento de edad contenido en ella. Toda opción sexual de cada uno de sus miembros se veía reflejada en toda la familia, motivo por el cual el matrimonio no era un asunto privado perteneciente a una elección individual, sino que entraba en el ámbito de la política familiar. El linaje paterno comenzó a tomar preeminencia con respecto al materno, identificándose las familias –especialmente las grandes familias– por la vía masculina. Además, una importante novedad se hace presente entonces: la conciencia de que el grupo familiar se halla unido por nexos emocionales.
Según alguno autores, este tipo de familia, aparecida alrededor del siglo IX, será la que perdure hasta nuestros días, y fueron tres las características que dieron forma:
1. La simetría, esto es, que su centro es la unidad de la familia nuclear (padre-madre-hijos);
2. Su misma estructura, que ahora se identificará con el linaje paterno;
3. El factor emocional (amor) que une a todos sus miembros.

Pero esta forma de la familia trajo consigo algunos inconvenientes a la hora de precisar el modo en que se constituía la institución del matrimonio. Para las costumbres germánicas, éste quedaba contraído, sellado y simbolizado por las relaciones sexuales entre los cónyuges, pudiendo disolverse a voluntad, al menos la del hombre. La discrepancia con la Iglesia era, sin duda, evidente, pues la doctrina eclesiástica consideraba al matrimonio como una unión de por vida entre el hombre y la mujer, contraído por consentimiento mutuo y el de sus familias.
Las autoridades de la Iglesia, influidas por las opiniones de los escritores patrísticos[1], desconfiaban del sexo al parecerles impuro.
No podía, pues, fundarse esta institución tan importante para la sociedad en la práctica de la sexualidad. Los germanos no veían el sexo con ideales ascéticos ni pretendían convertir la vida matrimonial en un ambiente de penitencia.
Esta discrepancia de fondo relativa a la función del sexo en el matrimonio, no podía escapar a la preocupación de las autoridades como también a los escritores católicos de los siglos VIII y IX, algunos de los cuales intentaron conciliar ambas posturas. El Papa Nicolás I (858-867), en una encíclica enviada a Bulgaria, sostenía el principio del mutuo consentimiento como principio fundamental del matrimonio.
Casi al mismo tiempo, Hincmar (845-882), arzobispo de Reims, planteó una teoría sobre el matrimonio, adaptándose a la tradición germánica, en la que sostenía que el matrimonio no consumado era incompleto, luego, inválido. Un verdadero acoplamiento, en el matrimonio legítimo entre personas libres de igual condición, ocurre cuando una mujer libre, que ha recibido la dote debida, se une a un hombre libre con el consentimiento paterno en una boda pública seguida por una relación sexual. Se trata de la teoría coital que otorga a la consumación sexual el papel principal en la constitución del matrimonio.
Desde luego no está ausente la doctrina consensual de la tradición romana, aceptada por Hincmar, pero el solo consentimiento dejaba incompleta la unión marital. Quizás, el éxito que esta opinión tuvo en la época, permita comprender la usanza habitual, que por entonces parece imponerse, de celebrar las ceremonias nupciales a la hora del crepúsculo, momento que se juzgó propicio para la relación sexual y la procreación. Este intento de conciliación tenía varios aspectos importantes, pues las condiciones propuestas por Hincmar tenían la virtud de ser comprobadas por testigos o podían inferirse. Esto permitía resolver casos donde asomaba la duda recurriendo a los hechos y no a meras impresiones. Pero también la tesis de Hincmar llevaba implícita algunas contradicciones que hoy parecen insalvables entre la definición de matrimonio por la tradición germánica y la cristiana. Esta pugna se hizo real en los tribunales consuetudinarios germánicos donde se vieron enfrentados estos sistemas de valores.
Sin embargo, los teólogos siguieron edificando una ética sexual para el matrimonio, coincidiendo y discrepando entre ellos, de acuerdo con la calidad del autor, la circunstancia en que se hallaba y la aceptación que su doctrina tuviera en la comunidad. Por ejemplo, Juan Damasceno (ca. 675-749), gran teólogo bizantino, elogió las virtudes del matrimonio y los beneficios de la sexualidad marital de una manera que no puede el historiador sino sorprenderse de su claridad y su inteligencia:
Que cada hombre disfrute de su mujer... No tendrá que ruborizarse, sino que podrá llevarla al lecho, día y noche. Que hagan el amor, manteniéndose el uno al otro como hombre y mujer y exclamando: “¡No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo!”[2].
¿Os abstenéis de tener relaciones sexuales?, ¿No deseáis dormir con vuestro marido?, entonces aquel a quien negáis vuestra plenitud saldrá y hará el mal, y su perversión se deberá a vuestra abstinencia.
Esta opinión parece haber tenido correspondencia con la realidad, si juzgamos a partir de algunas fuentes, tales como los testamentos, los donativos e inscripciones en las tumbas, en donde ha quedado testimoniado el amor conyugal y el amor sexual. La sociedad parece haber comprendido y vivido el cariño conyugal y disfrutado de la sexualidad matrimonial.
El punto de vista de Juan Damasceno no fue compartido por la mayoría de los intelectuales de la época, tanto entre los bizantinos como también en el Occidente latino.
Las autoridades eclesiásticas transitaban por otro sendero. San Isidoro de Sevilla compartió las peyorativas opiniones de San Agustín y las de San Jerónimo referentes a la sexualidad: “incluso entre parejas casadas, el sexo era intrínsecamente malo y debía limitarse al mínimo necesario para la procreación. Sólo así, algo malo podía usarse correctamente”.
Gregorio Magno llevó las cosas más allá al preocuparse del problema moral que acompañaba la actividad sexual.
Aunque consideró pecado venial las relaciones entre marido y esposa, mostró gran preocupación porque la sexualidad matrimonial llevase a ambos a tipos más graves de mala conducta sexual, por lo cual el único remedio para los casados era renunciar por completo a la relación sexual; y para las parejas que pensaban en contraer nupcias, Gregorio recomendaba la convivencia sin consumar el matrimonio. La sexualidad conectaba a los humanos en lo más profundo con el pecado, y quienes fueran incapaces de frenar estas tentaciones, debían abstenerse de tener relaciones sexuales, al menos dos o tres días después de la boda.
En nada distinto se expresa otro obispo franco, Jonás de Orleans (ca. 780-843), que fue el primero que compuso un tratado dedicado a la vida del cristiano laico. En sus páginas se advierte una verdadera guerra contra el placer conyugal, puesto que el matrimonio había sido creado con vistas a la procreación.
Contaba Jonás de la idea que algunos pretendían sostener, “de que los órganos genitales, habían sido creados por Dios y que por ser fuente de placer, el sexo era, pues, una experiencia natural buena y por Dios aprobada”, era la interpretación mas errada, porque el sexo no es más que un instrumento y no un fin. El sexo por placer es un abuso de la creación de Dios, afirmaba el obispo. Si el sexo les está permitido a las parejas casadas, lo está sólo en los tiempos y lugares prescritos y, sin ninguna duda, exclusivamente para la procreación. Si aún en estas estrictas condiciones, el sexo sigue siendo fuente de pecado –aunque obviamente pecado venial–, qué más podía esperarse de aquellas parejas que buscaban cualquier ocasión para procurarse placer ambos.
Como si estos argumentos espirituales tuviesen poco poder de convencimiento para la aristocracia franca, dominada por el espíritu guerrero, Jonás sostuvo la tesis de que la actividad sexual debilitaba físicamente a los hombres, despojándoles de su salud, vigor y equilibrio. La excesiva apetencia por los placeres carnales provocaba nerviosismo y una cierta blandura perjudicial para la dignidad de un hombre bien nacido, esto es, un soldado, diestro con las armas y el caballo.
Evidentemente, para el hombre actual puede resultar sorprendente esta cuasi condenación de la vida conyugal y del matrimonio.
Pero hasta antes del siglo X, los teólogos no habían elaborado todavía una teología de los sacramentos, y desde luego el matrimonio, vinculado como hemos visto a la actividad sexual, ninguna autoridad podía pensar que la gracia sacramental pudiera presentarse en la vida marital, manchada por la lujuria, siempre al borde del pecado. El matrimonio aparecía a los ojos de los eclesiásticos como un bien relativo, es decir, que podía prevenir males peores como la fornicación, como asimismo un mal también relativo, ya que la necesaria procreación no podía efectuarse sin el placer que la naturaleza había impuesto. Si la Iglesia consideraba la virginidad como el ideal de vida cristiana, el matrimonio estaba muy lejos de contar con todo su favor. Pero también los padres conciliares volvieron a poner prudencia, debido a que era doctrinalmente inaceptable condenarlo por completo, y quienes llevaban sus conclusiones a límites extremos se hacían culpables de herejía. Como puede deducirse, había muchos autores que acariciaban la herejía o estaban directamente en ella.
Aunque los canonistas consideraron la dote y el acto sexual como requisitos meramente materiales, fue difícil rechazar este último para confirmar la validez de un matrimonio.
Cuanto más se enfatizaba en el carácter sacramental del matrimonio, más importante parecía la unión carnal, ya que simbolizaba la unión espiritual de Cristo con la Iglesia. Textos no faltaban para reforzar esta costumbre secular: el Génesis hablaba que el hombre y la mujer se convierten en una sola carne en el matrimonio.
El matrimonio comportaba ciertas limitaciones, los llamados impedimentos al matrimonio. Se trata de aquellas prescripciones relativas a los grados de parentesco y de consanguinidad que debían respetarse para impedir el incesto. Ello no había sido abordado con claridad por el derecho canónico alto medieval, pero desde este momento se inicia un proceso de exhortación para que la sociedad cristiana se atenga a estas disposiciones. Lo mismo puede decirse de la decisión tomada para que los matrimonios clandestinos o secretos se terminen y se hagan públicas las nupcias acompañadas de la bendición de un sacerdote.
Puede dudarse si estas exhortaciones calaron en la experiencia diaria de los feligreses. Si estos escritores dedicaron tanta preocupación por esta materia, quiere decir que la sociedad mantenía una conducta sexual bastante distante de todas estas limitaciones. La continua repetición de los autores y también de los concilios a contener los impulsos sexuales, o a respetar ciertas limitaciones, indica claramente que el comportamiento social se escapaba frecuentemente de las prescripciones eclesiásticas.

C. EL MATRIMONIO EN LA ACTUALIDAD

El hecho de que la familia aporte el marco para la mayor parte de las actividades sociales humanas y que además sea la base de la organización social en la mayoría de las culturas, relaciona a la institución del matrimonio con la economía, el derecho y la religión de un determinado país.
La Reforma, la Revolución Industrial y una creciente ideología individualista han provocado grandes cambios sociales que han hecho variar de modo considerable la institución del matrimonio.
El crecimiento de una clase media fuerte y la extensión de la democracia han llevado a una mayor tolerancia hacia la idea del matrimonio basado en la libre elección por ambas partes.
Los matrimonios de conveniencia, aceptados en todos los países del mundo a lo largo de la historia, prácticamente han desaparecido en las sociedades occidentales modernas, aunque en la aristocracia se mantuvieron hasta mediados del siglo XX.
Entre los cambios sociales que han afectado al matrimonio en los tiempos modernos se encuentran el incremento de las relaciones sexuales prematrimoniales y la mayor tolerancia como consecuencia de la desvalorización de los tabúes sexuales, el aumento gradual de la edad media para contraer matrimonio, el creciente número de mujeres que desarrolla una actividad profesional fuera de casa (con el consecuente cambio de estatus económico de la mujer) y la liberalización de la ley del divorcio en algunos países desde 1970, aunque en otros todavía es ilegal. Otros cambios significativos han sido la legalización del aborto, la mayor accesibilidad al control de natalidad, la supresión de obstáculos legales y sociales para los hijos de personas solteras y los cambios en los estereotipos de los roles de la mujer y del hombre en la sociedad.
En la actualidad el rito del matrimonio cristiano es un acto religioso del más alto nivel, es decir, es uno de los siete sacramentos. Si bien Lutero declaró que el matrimonio no era un sacramento sino un "acto mundano", todas las ramas protestantes han continuado considerándolo un acto religioso, pues normalmente lo realizan ante la presencia de un clérigo. Debido a la influencia luterana y a la Revolución francesa, se ha instituido el matrimonio civil en casi todos los países de Europa y de América del Norte, así como en algunos países de América del Sur. En algunos países el matrimonio religioso es esencial para la validez de la unión ante el derecho civil, mientras que en otros, por ejemplo en los Estados Unidos, es sólo una de las vías por las cuales un matrimonio se puede realizar. El matrimonio civil, no es, sin embargo, una institución moderna, pues existió entre los antiguos peruanos, y entre los aborígenes de América del Norte.
Ya sea considerado como un estado o como un contrato, o desde el punto de vista religioso y moral o de bienestar social, el matrimonio aparece en su más elevada noción en las enseñanzas y prácticas de la Iglesia católica. Para ésta, “el hecho de que este contrato sea un sacramento imprime en la mente popular su importancia y la santidad de la relación empezada. El hecho de que la unión sea indisoluble y monógama promueve en su grado más alto el bienestar de los padres e hijos, y estimula en toda la comunidad la práctica de la virtud del autodominio y del altruismo que son esenciales para el bienestar social, físico, mental, y moral”.
Sin embargo, las características primitivas, devenidas de la mezcla de tradiciones romanas y germanas, basadas en la teoría consensual, la primera, y la teoría coital, la segunda, siguen siendo la base del derecho en la Argentina, ya que, como condición necesaria para que el matrimonio civil quede consumado es necesario prestar el consentimiento de las partes, y aunque no es necesaria la presencia de testigos que certifiquen la unión sexual, es pasible de generarse la nulidad del matrimonio por impotencia de uno de los cónyuges, o de ambos, que impida absolutamente las relaciones sexuales entre ellos. Esta acción corresponde al cónyuge que alega la impotencia del otro, o la común de ambos[3].

D. Conclusión:

Mas allá del tedio o molestias que son recurrentemente asociados con esta palabra, lo cierto es que el matrimonio sigue siendo una institución humana, bondadosa y que intenta reflejar la necesidad del hombre y la mujer de poder obtener una pareja estable, con la cual formar una familia y desarrollar en forma plena el amor físico y espiritual, que comparten desde el noviazgo, bajo un manto de respeto, fidelidad y protección, asumiendo los derechos y obligaciones que se deben mutuamente, ya sean impuestos por las leyes, la religión y las buenas costumbres. No obstante ello, el matrimonio como institución civil no deja de ser una manera de protección de la propiedad conyugal y de separación de los bienes individuales de la pareja.


[1] Ciencia que tiene por objeto el conocimiento de la doctrina, obras y vidas de los Santos Padres.
[2] 1º Corintios 7.5: No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra incontinencia.
[3] Art. 220 del Código Civil Argentino (Ley 340)
Nombre: Federico Prieto
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